Ser un poder preservador, 26 de abril
Vosotros sois la sal de la tierra.
Mateo 5:13
.
Por medio de estas palabras de Cristo logramos tener una idea de lo que
significa el valor de la influencia humana. Ha de obrar juntamente con la
influencia de Cristo, para elevar donde Cristo eleva, para impartir principios
correctos y para detener el progreso de la corrupción del mundo. Debe
difundir la gracia que sólo Cristo puede impartir. Debe elevar y endulzar las
vidas y los caracteres de los demás, mediante el poder de un ejemplo puro
unido a una fe ferviente y al amor. El pueblo de Dios ha de ejercer un poder
reformador y preservador en el mundo. Debe contrarrestar la influencia
corruptora y destructora del mal...
La obra del pueblo de Dios en el mundo consiste en refrenar el mal, en
elevar, ennoblecer y purificar a la humanidad. Los principios del amor, de
la bondad y la benevolencia deben desarraigar cada fibra de egoísmo que
ha impregnado toda la sociedad y corrompido a la iglesia... Si los hombres
y las mujeres quieren abrir sus corazones a la influencia celestial de la
verdad y del amor, estos principios fluirán de nuevo, como corrientes en el
desierto, refrigerándolo todo, y produciendo frescura donde ahora hay sólo
esterilidad y hambre. La influencia de los que siguen el camino del Señor
será tan abarcante como la eternidad. Llevarán consigo la alegría de la paz
celestial como un poder permanente, refrigerante e iluminador.
Debe haber otra vez una influencia abierta. Cristo dice: “Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Mateo 5:16
...
La luz que emana de los que reciben a Jesucristo no se origina en ellos.
Toda ella procede de la Luz y de la Vida del mundo... Cristo es la luz, la
vida, la santidad y la santificación de todo aquel que cree, y su luz debe ser
recibida e impartida en toda clase de buenas obras...
La fuente de gracia y conocimiento siempre está fluyendo. Es inagotable.
De esta abundante plenitud somos provistos.—
The Review and Herald, 22
de agosto de 1899
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