Sellado por la expiación de Cristo, 25 de mayo
En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados
según las riquezas de su gracia.
Efesios 1:7
.
En la cruz, Cristo no sólo mueve a los hombres al arrepentimiento hacia
Dios por la transgresión de la ley divina (pues Dios induce primero al
arrepentimiento a aquel a quien perdona), sino que Cristo ha satisfecho la
Justicia. Se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre que mana
abundantemente, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley
violada y así salva el abismo que ha producido el pecado. Sufrió en la carne
para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera cubrir al pecador
indefenso. La victoria que ganó con su muerte en el Calvario destruyó
para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo y silenció sus
acusaciones de que la abnegación era imposible en Dios y, por lo tanto, no
era esencial en la familia humana.—
Mensajes Selectos 1:400, 401
.
Cristo era sin pecado; si así no hubiera sido, su vida en carne humana
y su muerte de cruz no hubieran sido de mayor valor, a fin de obtener
gracia para el pecador, que la muerte de cualquier otro hombre. A la par que
asumió la humanidad era una vida unida con la Divinidad. Podía deponer su
vida tanto en calidad de sacerdote como de víctima... Se ofreció sin mancha
a Dios.
La expiación de Cristo selló para siempre el pacto eterno de la gracia.
Era el cumplimiento de todas las condiciones que, por estar quebrantadas,
habían inducido a Dios a suspender la libre comunicación de la gracia
a la familia humana. Se quebrantó entonces toda barrera que impedía la
más libre actuación de la gracia, la misericordia, la paz y el amor hacia
el más culpable de los miembros de la raza de Adán.—
The S.D.A. Bible
Commentary 7:933
.
En los atrios celestiales, Cristo intercede por su iglesia, intercede por
aquellos para quienes pagó el precio de la redención con su sangre. Los
siglos de los siglos no podrán menoscabar la eficiencia de su sacrificio
expiatorio. Ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, pueden separarnos
del amor de Dios que es en Cristo Jesús; no porque nosotros nos asimos de
él tan firmemente, sino porque él nos sostiene con seguridad.—
Los Hechos
de los Apóstoles, 441
.
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