Página 196 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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“¡Mirad cuál amor!”, 29 de junio
Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados
hijos de Dios.
1 Juan 3:1
.
Del corazón del Padre es de donde manan los ríos de compasión divina,
manifestada en Cristo para todos los hijos de los hombres... Dios permitió
que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo de
indescriptible gloria, a un mundo corrompido y manchado por el pecado,
oscurecido con la sombra de la muerte y la maldición. Permitió que dejase
el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza,
insulto, humillación, odio y muerte... La carga del pecado, el conocimiento
de su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios,
quebrantó el corazón del Hijo de Dios...
Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del
Calvario, el corazón del Amor Infinito pagó el precio de nuestra redención...
Nada menos que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre
caído podía expresar el amor del Padre hacia la perdida humanidad...
El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio infinito que hizo
nuestro Padre celestial al entregar a su Hijo para que muriese por nosotros,
debe darnos un concepto elevado de lo que podemos ser hechos por Cristo.
Al considerar el inspirado apóstol Juan “la altura”, “la profundidad” y “la
anchura” del amor del Padre hacia la raza que perecía, se llena de alabanzas
y reverencia, y no pudiendo encontrar lenguaje conveniente en que expresar
la grandeza y ternura de este amor, exhorta al mundo a contemplarlo... ¡Qué
valioso hace esto al hombre! Por la transgresión, los hijos del hombre se
hacen súbditos de Satanás. Por la fe en el sacrificio reconciliador de Cristo,
los hijos de Adán pueden ser hechos hijos de Dios. Al revestirse de la
naturaleza humana, Cristo eleva a la humanidad. Los hombres caídos son
colocados donde pueden, por la relación con Cristo, llegar a ser en verdad
dignos del nombre de “hijos de Dios”.
Tal amor es incomparable. ¡Hijos del Rey celestial! ¡Promesa preciosa!
¡Tema para la más profunda meditación! ¡El incomparable amor de Dios
para con un mundo que no lo amaba!—
El Camino a Cristo, 11-14
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