Como el rocío, la lluvia y el rayo de sol, 8 de julio
Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus
raíces como el Líbano.
Oseas 14:5
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De las lecciones casi innumerables enseñadas por los diversos procesos
del crecimiento, algunas de las más preciosas son transmitidas por medio
de la parábola del crecimiento de la semilla, dada por el Salvador...
La semilla lleva en sí un principio de germinación, implantado por
Dios; sin embargo, abandonada a sí misma, no tendría poder para brotar. El
hombre tiene que hacer su parte para estimular el crecimiento del grano,
pero fuera de eso, no puede hacer nada. Debe depender de Aquel que ha
ligado la siembra y la siega con los eslabones maravillosos de su poder
omnipotente.
Hay vida en la semilla, hay poder en el suelo, pero a menos que el poder
infinito trabaje día y noche, la semilla no dará fruto. Las lluvias deben
refrescar los campos sedientos; el sol debe impartir calor; la electricidad
debe llegar hasta la semilla enterrada. Sólo el Creador puede llamar a
existencia la vida que él ha implantado. Toda semilla crece y toda planta se
desarrolla por el poder de Dios...
La germinación de la semilla representa el comienzo de la vida espiri-
tual, y el desarrollo de la planta es una figura del desarrollo del carácter. No
puede haber vida sin crecimiento.
La planta crece, o muere. Del mismo modo que su crecimiento es
silencioso, imperceptible pero continuo, así es también el crecimiento del
carácter. En cualquier etapa del desarrollo, nuestra vida puede ser perfecta;
sin embargo, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un
progreso constante.
La planta crece porque recibe lo que Dios ha provisto para mantener su
vida. Del mismo modo se logra el crecimiento espiritual por medio de la
cooperación con los agentes divinos. Así como la planta se arraiga en el
suelo, nosotros debemos arraigarnos en Cristo. Así como la planta recibe la
luz del sol, el rocío y la lluvia, nosotros debemos recibir el Espíritu Santo.
Si nuestros corazones se apoyan en Cristo, él vendrá a nosotros “como la
lluvia tardía y temprana a la tierra”.
Oseas 6:3
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La Educación, 100-102
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