Página 260 - La Maravillosa Gracia de Dios (1973)

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Una obra de reforma, 29 de agosto
Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas. Todo valle se
rellenará, y se bajará todo monte y collado; los caminos torcidos
serán enderezados, y los caminos ásperos allanados.
Lucas 3:4, 5
.
La obra de reforma que Juan nos presenta aquí, la purificación del
corazón, de la mente y del alma, es necesaria para muchos que profesan
hoy tener la fe de Cristo. Es necesario abandonar prácticas equivocadas a
las que se les ha dado rienda suelta. Hay que enderezar las sendas torcidas
y suavizar los lugares ásperos. Las montañas y colinas del amor propio
y el orgullo necesitan ser rebajadas. Es necesario producir “frutos dignos
de arrepentimiento”.
Mateo 3:8
. Cuando esta experiencia se realice en el
creyente pueblo de Dios, “verá toda carne la salvación de Dios”.
Lucas 3:6
.
“Por sus frutos los conoceréis” (
Mateo 7:16
), dijo Cristo...
El hecho de que nuestros nombres estén en los libros de la iglesia no
nos asegura la entrada en el reino de los cielos. Dios pregunta: ¿Habéis
empleado vuestras oportunidades para servicio y para el desarrollo del
carácter cristiano? ¿Habéis negociado fielmente con los bienes de vuestro
Señor? Puesto que conocéis la voluntad de Dios con respecto a vosotros,
¿habéis obedecido esa voluntad? ¿Habéis tratado de beneficiar y bendecir a
los que necesitaban ayuda y ánimo?...
Todo ser humano en este mundo lleva fruto de alguna especie, ya sea
bueno o malo; y Cristo ha hecho posible que cada alma lleve el más precioso
fruto. La obediencia a los requerimientos de Dios, la sumisión a la voluntad
de Cristo, producirá en la vida los preciosos frutos de justicia. Los habitantes
de este mundo son queridos para la familia de Dios... El dio los dones más
ricos que el cielo podía conceder, para que los hombres y las mujeres
pudieran volverse de su rebelión a su ley, y aceptaran en sus corazones y
vidas los principios del cielo. Si los hombres quisieran reconocer el Don, y
aceptar su sacrificio, sus transgresiones serían perdonadas, y la gracia de
Dios les sería impartida para ayudarles a rendir en sus vidas los preciosos
frutos de la santidad.—
The Review and Herald, 22 de abril de 1909
.
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