El reino amenazado, 7 de febrero
Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y
hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo.
Juan 6:15
.
Sentada sobre la llanura cubierta de hierba, en el crepúsculo primaveral,
la gente comió los alimentos que Cristo había provisto... El milagro de los
panes atraía a cada miembro de la vasta muchedumbre... Ningún poder
humano podía crear, de cinco panes de cebada y dos pececillos, bastantes
comestibles para alimentar a miles de personas hambrientas. Y se decían
unos a otros: “Este verdaderamente es el profeta que había de venir al
mundo”.
Juan 6:14
... Podía satisfacer todo deseo. Podía quebrantar el poder
de los odiados romanos... Podía conquistar las naciones y dar a Israel el
dominio que deseaba desde hacía mucho tiempo.
En su entusiasmo, la gente estaba lista para coronarle rey en seguida. Se
veía que él no hacía ningún esfuerzo para llamar la atención a sí mismo...
Temían que nunca haría valer su derecho al trono de David. Consultando
entre sí, convinieron en tomarle por fuerza y proclamarle rey de Israel...
Jesús vio lo que se estaba tramando y comprendió, como no podían
hacerlo ellos, cuál sería el resultado de un movimiento tal... La violencia
y la insurrección seguirían a un esfuerzo hecho para colocarle sobre el
trono, y la obra del reino espiritual quedaría estorbada. Sin dilación, el
movimiento debía ser detenido. Llamando a sus discípulos, Jesús les ordenó
que tomasen el bote y volviesen en seguida a Capernaum...
Jesús ordenó entonces a la multitud que se dispersase; y su actitud era
tan decidida que nadie se atrevió a desobedecerle... El porte regio de Jesús y
sus pocas y tranquilas palabras de orden apagaron el tumulto y frustraron sus
designios. Reconocieron en él un poder superior a toda autoridad terrenal,
y sin una pregunta se sometieron...
Las esperanzas que por mucho tiempo acariciaran, basadas en un engaño
popular, habrían de frustrarse de la manera más dolorosa y humillante. En
lugar de su exaltación al trono de David, habían de presenciar su crucifixión.
Tal había de ser, por cierto, su verdadera coronación.—
El Deseado de Todas
las Gentes, 340-342
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