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Mensajes para los Jóvenes
palabras? Más esperanza hay del necio que de él”
“Como ciudad
derribada y sin muralla es el hombre sin dominio propio”
La mayor parte de las contrariedades de la vida, de sus dolores
de corazón, de sus irritaciones, se deben al genio indómito. En un
momento, las palabras precipitadas, apasionadas, descuidadas, pue-
den hacer un daño que el arrepentimiento de toda una vida no pueda
reparar. ¡Oh, cuántos corazones quebrantados, amigos distanciados,
vidas arruinadas por las palabras precipitadas y rudas de quienes
podían haber proporcionado ayuda y curación!
El exceso de trabajo causa a veces la pérdida del dominio propio.
Pero el Señor nunca obliga a realizar movimientos precipitados,
complicados. Muchos acumulan sobre sí cargas que el misericor-
dioso Padre celestial no colocó sobre ellos. Uno a otro se suceden
precipitadamente los deberes que Dios nunca tuvo el propósito de
que los llevaran a cabo. Dios desea que comprendamos que no glori-
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ficamos su nombre cuando tomamos tantas cargas que nos hallamos
oprimidos y, por haber cansado el corazón y el cerebro, nos irri-
tamos, nos impacientamos y regañamos. No hemos de llevar más
que aquellas responsabilidades que el Señor nos da, confiando en
él y manteniendo así nuestro corazón puro y lleno de ternura y
compasión.
El dominio del espíritu
Hay un poder maravilloso en el silencio. Cuando les hablen
con impaciencia no repliquen de la misma manera. Las palabras
dirigidas en respuesta a uno que está enojado actúan generalmente
como un látigo que acrecienta la furia de la ira. En cambio, pronto
se disipa la ira si se le hace frente con el silencio. Frene el cristiano
su lengua, resolviendo firmemente no pronunciar palabras ásperas e
impacientes. Con la lengua frenada puede salir victorioso de cada
prueba de la paciencia por la cual tenga que pasar.
Con su propia fuerza el hombre no puede gobernar su espíritu.
Pero mediante Cristo puede lograr el dominio propio. Con la fuerza
de Cristo puede poner sus pensamientos y palabras en sujeción a
la voluntad de Dios. La religión de Cristo pone las emociones bajo
el gobierno de la razón, y disciplina la lengua. Bajo su influencia