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Capítulo 42—La silenciosa obra del Espíritu Santo
La vida del cristiano no es una modificación o mejora de la
antigua, sino una transformación de la naturaleza. Se produce una
muerte al yo y al pecado, y una vida enteramente nueva. Este cambio
puede ser efectuado únicamente por la obra eficaz del Espíritu Santo.
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Nicodemo estaba todavía perplejo, y Jesús empleó el viento para
ilustrar lo que quería decir: “El viento sopla de donde quiere, y oyes
su sonido. Pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Así es todo
el que nace del Espíritu”
Se oye el viento entre las ramas de los árboles por el susurro
que produce en las hojas y las flores; sin embargo, es invisible,
y nadie sabe de dónde viene ni a dónde va. Así sucede con la
obra del Espíritu Santo en el corazón. Es tan inexplicable como los
movimientos del viento. Puede ser que una persona no pueda decir
exactamente la ocasión ni el lugar en que se convirtió, ni seguir
todas las circunstancias de su conversión; pero esto no significa que
no se haya convertido. Mediante un agente tan invisible como el
viento, Cristo obra constantemente en el corazón. Poco a poco, tal
vez inconscientemente para quien las recibe, se hacen impresiones
que tienden a atraer al ser a Cristo. Dichas impresiones pueden ser
recibidas meditando en él, leyendo las Escrituras u oyendo la palabra
del predicador viviente. Repentinamente, al presentar el Espíritu un
llamamiento más directo, la persona se entrega gozosamente a Jesús.
Muchos llaman a esto conversión repentina; pero es el resultado de
una larga intercesión del Espíritu Dios; es una obra paciente y larga.
Aunque el viento mismo es invisible, produce efectos que se ven
y se sienten. Así también, la obra del Espíritu en el ser se revelará
en toda acción de quien haya sentido su poder salvador. Cuando
el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida.
Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado, las malas
acciones son abandonadas; el amor, la humildad y la paz reemplazan
a la ira, la envidia y las peleas. La alegría reemplaza a la tristeza,
y el rostro refleja la luz del cielo. Nadie ve la mano que alza la
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