Capítulo 64—El servicio abnegado
Los que, en la medida de lo posible, se ocupan en hacer el bien a
otros, dándoles evidencias prácticas de su interés por ellos, no solo
están aliviando los males de la vida humana al ayudarles a llevar sus
cargas, sino que al mismo tiempo están contribuyendo en extenso
grado a su propia salud de espíritu y cuerpo. El hacer bien es una
obra que beneficia tanto al que da como al que recibe. Si se olvidan
de ustedes mismos en su interés por otros, ganan una victoria sobre
sus flaquezas. La satisfacción que sentirán al hacer bien los ayudará
grandemente a recuperar el estado saludable de la imaginación.
El placer de hacer bien anima la mente y hace vibrar todo el
cuerpo. Mientras los rostros de las personas benévolas son ilumi-
nados por la alegría y expresan la elevación moral de la mente, los
de las personas egoístas, mezquinas, tienen una expresión abatida,
desanimada, melancólica. En sus rostros se ven sus defectos morales.
El egoísmo y el amor propio estampan su sello peculiar en el hombre
exterior.
La persona impulsada por una benevolencia verdadera, desinte-
resada, participa de la naturaleza divina, habiendo escapado de la
corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia; mientras
que los egoístas y avaros han acariciado el egoísmo hasta el punto
de haberles hecho marchitar su solidaridad social, y de hacer que
sus rostros reflejen la imagen del enemigo caído más bien que la de
la pureza y santidad.—
Testimonios para la Iglesia 2:473, 474
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