Página 201 - Mensajes para los J

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Capítulo 65—El premio de la diligencia
Recuerden los jóvenes que el indolente pierde la inapreciable
experiencia ganada por el fiel desempeño de los deberes diarios de la
vida. El que es indolente y voluntariamente ignorante, coloca en su
camino algo que siempre será un obstáculo para él. Rehúsa la cultura
que proviene de un trabajo honrado. Roba a Dios al no extender una
mano de ayuda a la humanidad. Su carrera es muy diferente de la
que Dios le ha señalado; pues el despreciar el empleo útil estimula
los gustos más bajos y, de hecho, paraliza las más útiles energías del
ser.
No solamente unos pocos, sino miles de seres humanos existen
únicamente para consumir los beneficios que Dios en su misericordia
les prodiga. Se olvidan de llevar al Señor sus ofrendas de gratitud
por las riquezas que él les ha confiado al concederles los frutos de la
tierra. Se olvidan que Dios desea que, mediante el empleo inteligente
de los talentos que se les ha entregado, sean tanto productores como
consumidores. Si comprendieran la obra que Dios desea que hagan
como su mano ayudadora, no pensarían que es un privilegio rehuir
toda responsabilidad que les haya sido confiada y que deben ser
servidos.
La bendición del trabajo
La verdadera felicidad solo se encuentra en practicar la bondad
y hacer el bien. Los más puros y elevados goces son patrimonio
de los que cumplen fielmente sus deberes. Ningún trabajo honrado
es degradante. Es una pereza innoble la que induce a los seres
humanos a menospreciar los sencillos deberes cotidianos de la vida.
El rechazo de esos deberes causa una deficiencia mental y moral que
algún día se sentirá agudamente. Alguna vez en la vida del perezoso
su deformidad aparecerá con rasgos inconfundibles. En el registro
de su vida aparecen escritas las palabras: “Consumidor, pero no
productor”.
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