Prefacio
En la antigüedad, cuando Jerusalén iba a ser reedificada, el pro-
feta oyó en visión que un mensajero celestial decía a otro: “Corre,
habla a ese joven”. Y así, en nuestros días, se ha dado a los jóvenes
adventistas de ambos sexos una parte importante que realizar en el
último drama de la historia terrenal.
“El Señor ha designado a los jóvenes para que acudan en su
ayuda”.—
Joyas de los Testimonios 3:105
.
“Con semejante ejército de obreros como el que nuestros jóvenes,
bien preparados, podrían proveer, ¡cuán pronto se proclamaría a
todo el mundo el mensaje de un Salvador crucificado, resucitado y
próximo a venir!”—
La Educación, 271
.
Desde el mismo comienzo de nuestra obra, mediante el Espíritu
de Profecía, los jóvenes de este movimiento han estado recibiendo
mensajes como estos. El instrumento escogido por el Señor para la
manifestación de este don, Elena G. de White, era una joven que
apenas tenía diecisiete años cuando comenzó sus labores. Conocía
las luchas de la niñez y la juventud con los poderes de las tinieblas, y
la vida victoriosa en Cristo. De su pluma salieron muchos mensajes
de instrucción, simpatía, reprensión y aliento dirigidos expresamente
a los jóvenes. Y tales mensajes, que siempre guían la mente de los
jóvenes a Cristo y a su Palabra como la única fuente de poder para
la formación de hombres y mujeres cristianos y nobles, han hecho
mucho para fomentar el espíritu de consagración que caracteriza a
tantos de nuestros jóvenes.
Así fue que en 1892 y 1893 se dieron mensajes que sugerían
la necesidad de que nuestros jóvenes se organizaran en grupos y
sociedades para la obra cristiana. A raíz de estas sugerencias se
creó la Sociedad de Jóvenes Misioneros Voluntarios (hoy llamada
de Jóvenes Adventistas), que demostró ser un gran poder elevador y
sostenedor en la vida de la juventud adventista del mundo entero.
Aunque muchos de los escritos de la Hna. White destinados a
los jóvenes se publicaron en sus libros, numerosos artículos que
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