Capítulo 106—La economía y la benevolencia
Muchos desprecian la economía, confundiéndola con la tacañería
y la mezquindad. Pero la economía se aviene perfectamente con la
más amplia liberalidad. Efectivamente, sin economía no puede haber
verdadera liberalidad. Hemos de ahorrar para poder dar.
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Nadie puede practicar la verdadera benevolencia sin sacrificio.
Solo mediante una vida sencilla, abnegada y de estricta economía
podemos llevar a cabo la obra que nos ha sido señalada como a re-
presentantes de Cristo. El orgullo y la ambición mundana deben ser
desalojados de nuestro corazón. En todo nuestro trabajo ha de cum-
plirse el principio de la abnegación manifestado en la vida de Cristo.
En las paredes de nuestras casas, en los cuadros, en los muebles
tenemos que leer esta inscripción: “A los pobres que no tienen hogar
acoge en tu casa”. En nuestros roperos tenemos que ver escritas,
como con el dedo de Dios, estas palabras: “Viste al desnudo”. En el
comedor, en la mesa cargada de abundantes manjares, deberíamos
ver trazada esta inscripción: “Comparte tu pan con el hambriento”
Puertas de utilidad abiertas
Se nos ofrecen miles de medios para ser útiles. Nos quejamos
muchas veces de que los recursos disponibles son escasos; pero si
los cristianos tomaran las cosas más en serio, podrían multiplicar mil
veces esos recursos. El egoísmo y la concupiscencia nos impiden
ser más útiles.
¡Cuánto no se gasta en cosas que son meros ídolos, cosas que
embargan la mente, el tiempo y la energía que deberían dedicarse
a usos más nobles! ¡Cuánto dinero se derrocha en casas y muebles
lujosos, en placeres egoístas, en manjares costosos y malsanos, en
perniciosos antojos! ¡Cuánto se malgasta en regalos que no aprove-
chan a nadie! Los cristianos de profesión gastan en cosas superfluas
y muchas veces perjudiciales mucho más de lo que gastan en el
intento de arrebatar almas de las garras del tentador.
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