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Capítulo 154—Casándose y dando en casamiento
Dios ha colocado a los hombres en el mundo, y estos tienen el
privilegio de comer, beber, comerciar, casarse y darse en matrimo-
nio; no obstante, lo único seguro es hacer estas cosas en el temor
de Dios. Deberíamos vivir en este mundo teniendo en cuenta el
mundo eterno. El gran crimen en los matrimonios de los días de
Noé era que los hijos de Dios formaban alianzas con las hijas de
los hombres. Los que profesaban reconocer y reverenciar a Dios se
asociaban con quienes eran de corazón corrompido, y se casaban,
sin distinción, con quienes querían. Hoy en día hay muchos que no
tienen experiencia religiosa profunda y que harán exactamente las
cosas que se hacían en los días de Noé. Contraerán matrimonio sin
considerar cuidadosamente el asunto ni orar al respecto. Muchos
aceptan los votos sagrados con tanta ligereza como si efectuasen
una transacción comercial; el amor verdadero no es el motivo de la
alianza.
Necedad profana
La idea del matrimonio parece tener un poder hechizante sobre
la mente de muchos jóvenes. Dos personas llegan a conocerse, se
enamoran ciegamente y cada una absorbe la atención de la otra. Se
oscurece la razón y se depone el buen criterio. No quieren someterse
a ningún consejo ni gobierno, sino que insisten en hacer su voluntad,
indiferentes a las consecuencias.
El engreimiento que los posee es como una epidemia o contagio
que tiene que seguir su curso, y no parece haber forma de detener las
cosas. Quizás haya entre los que los rodean quienes se den cuenta
de que si los interesados se unen en matrimonio serán desgraciados
toda la vida. Pero son vanos los ruegos y las exhortaciones. Tal vez
se aminore y destruya por tal unión la utilidad de uno a quien Dios
bendeciría en su servicio, pero el razonamiento y la persuasión son
igualmente desatendidos.
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