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Mensajes para los Jóvenes
minadores de este mundo de tinieblas, contra malos espíritus de los
aires”
En este conflicto de la justicia contra la injusticia, solamente
podemos tener éxito mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad
finita debe ser sometida a la voluntad del Infinito; la voluntad huma-
na debe unirse a la divina. Esto traerá al Espíritu Santo en nuestra
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ayuda, y cada conquista tenderá a la recuperación de la posesión
comprada por Dios, a la restauración de su imagen en el ser.
La ayuda del Espíritu Santo
El Señor Jesús actúa mediante el Espíritu Santo, pues este es
su representante. Por medio de él infunde vida espiritual en el ser,
avivando sus energías para el bien, limpiándola de la impureza moral,
y dándole idoneidad para su reino. Jesús tiene grandes bendiciones
para otorgar, ricos dones para distribuir entre los hombres. Es el
Consejero maravilloso, infinito en sabiduría y fuerza, y si queremos
reconocer el poder de su Espíritu y someternos a ser amoldados por
él, nos haremos completos en él. ¡Qué pensamiento es este! En Cristo
“habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Y vosotros
estáis completos en él”
El corazón humano nunca conocerá la
felicidad hasta que se someta a ser amoldado por el Espíritu de Dios.
El Espíritu conforma el ser renovado al modelo, Jesucristo. Mediante
la influencia del Espíritu, se transforma la enemistad hacia Dios en
fe y amor, el orgullo en humildad. El ser humano percibe la belleza
de la verdad, y Cristo es honrado por la excelencia y perfección del
carácter. Al efectuarse estos cambios, prorrumpen los ángeles en
arrobado canto, y Dios y Cristo se regocijan por las almas formadas
a la semejanza divina [...].
El precio de la victoria
La lucha entre el bien y el mal no es hoy menos feroz de lo
que era en los días del Salvador. El camino al cielo no es más
liso ahora que entonces. Debemos apartar todos nuestros pecados.
Debemos abandonar toda indulgencia predilecta que obstaculice
nuestro progreso espiritual. Si el ojo derecho o la mano derecha
son causas de ofensa, debemos sacrificarlos. ¿Estamos dispuestos
a renunciar a nuestra propia sabiduría y a recibir el reino de los