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Capítulo 13—La tentación no excusa el pecado
No hay en nuestra naturaleza impulso alguno, ni facultad mental
o tendencia del corazón, que no necesite estar en todo momento bajo
el dominio del Espíritu de Dios. No hay bendición alguna otorgada
por Dios al hombre, ni prueba permitida por él, que Satanás no
pueda ni quiera aprovechar para tentar, acosar y destruir el alma si le
damos la menor ventaja. En consecuencia, por grande que sea la luz
espiritual de uno, por mucho que goce del favor y de las bendiciones
divinas, debe andar siempre humildemente ante el Señor, y suplicar
con fe a Dios que dirija cada uno de sus pensamientos y domine
cada uno de sus impulsos.
Todos los que profesan la vida piadosa tienen la más sagrada
obligación de guardar su espíritu y de dominarse ante las mayores
provocaciones. Las cargas impuestas a Moisés eran muy grandes;
pocos hombres fueron jamás probados tan severamente como lo fue
él. Sin embargo, ello no excusó su pecado. Dios proveyó amplia-
mente en favor de sus hijos; y si ellos confían en su poder, nunca
serán juguetes de las circunstancias. Ni aun las mayores tentaciones
pueden excusar el pecado. Por intensa que sea la presión ejercida
sobre el ser, la transgresión es siempre un acto de nosotros. No puede
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la tierra ni el infierno obligar a nadie a que haga el mal. Satanás nos
ataca en nuestros puntos débiles, pero no es preciso que nos venza.
Por severo o inesperado que sea el asalto, Dios ha provisto ayuda pa-
ra nosotros, y mediante su poder podemos ser vencedores.—
Historia
de los Patriarcas y Profetas, 446
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