Página 71 - Mensajes para los J

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No me pertenezco
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Todas nuestras facultades le pertenecen
Hemos sido sellados con el sello de Dios. Él nos ha comprado
y desea que recordemos que nuestras facultades físicas, mentales y
morales le pertenecen. El tiempo, la influencia, la razón, los afectos y
la conciencia, todos pertenecen a Dios y deben ser usados de acuerdo
con su voluntad. No deben emplearse con la orientación del mundo,
pues el mundo está sometido a un jefe que se halla enemistado con
Dios.
La carne, en la cual tiene su morada el espíritu, pertenece a Dios.
Cada tendón, cada músculo, es suyo. En ningún caso debemos, por
descuido o abuso, debilitar un solo órgano. Debemos cooperar con
Dios manteniendo el cuerpo en la mejor condición posible de salud,
para que sea un templo en el que el Espíritu Santo pueda morar, y
amoldar cada facultad física o espiritual de acuerdo con la voluntad
de Dios.
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La mente debe ser provista de principios puros. La verdad debe
ser esculpida en las tablas del ser. La memoria debe ser llenada de las
preciosas verdades de la Palabra. Entonces, como hermosas gemas,
estas verdades brillarán en la vida.
El precio de un alma
El valor que Dios atribuye a la obra de sus manos, el amor que
tiene por sus hijos, se revelan en el don que dio para redimir a los
hombres. Adán cayó bajo el dominio de Satanás. Trajo el pecado
al mundo, y por el pecado, la muerte. Dios dio a su Hijo unigénito
para salvar al hombre. Lo hizo para poder ser justo y, con todo, el
justificador de todos los que aceptan a Cristo. El hombre se vendió a
Satanás, pero Jesús volvió a comprar a la especie humana [...].
Ustedes no se pertenecen. Jesús los ha comprado con su sangre.
No sepulten los talentos en la tierra. Úsenlos para él. Sea cual fuere
la ocupación en que estén empeñados, lleven con ustedes a Cristo. Si
encuentran que están perdiendo su amor por el Salvador, abandonen
su ocupación y digan: “Aquí estoy, mi Salvador; ¿qué quieres que
haga?” Él los recibirá con bondad y los amará sin reservas. Perdonará
abundantemente, pues es misericordioso y paciente, y no quiere que
ninguno perezca [...].