Capítulo 48—La verdadera educación
La verdadera educación consiste en inculcar aquellas ideas que
han de impresionar la mente y el corazón con el conocimiento de
Dios el Creador y de Jesucristo el Redentor. Tal educación renovará
la mente y transformará el carácter. Dará vigor a la mente y la
fortalecerá para oponerse a las engañosas sugestiones del adversario
de las almas, y nos hará capaces de comprender la voz de Dios.
Habilitará al entendido para llegar a ser colaborador de Cristo.
Si nuestros jóvenes adquieren este conocimiento, podrán obtener
todo lo restante que sea esencial; pero si no, todo el conocimiento
que puedan adquirir del mundo no los colocará en las filas del Señor.
Pueden reunir todo el saber que conceden los libros y, no obstante,
ser ignorantes de los principios elementales de la justicia que les
podría dar un carácter aprobado por Dios.
Los que están tratando de adquirir conocimiento en las escuelas
de la tierra debieran recordar que otra escuela los reclama igualmente
como alumnos: la escuela de Cristo. En ella no se gradúan jamás
los estudiantes. Entre sus alumnos se cuentan viejos y jóvenes.
Los que dan oído a las instrucciones del Maestro divino obtienen
constantemente más sabiduría y nobleza de alma; y de ese modo
están preparados para ingresar en la escuela superior, donde los
progresos continuarán por toda la eternidad.
La sabiduría infinita expone ante nosotros las grandes lecciones
de la vida: las lecciones del deber y la felicidad. Son con frecuencia
difíciles de aprender; pero sin ellas no podemos realizar verdaderos
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progresos. Pueden costarnos esfuerzo, lágrimas y hasta agonía, pero
no hemos de vacilar ni desfallecer. Es en este mundo, en medio de
sus pruebas y tentaciones, donde tenemos que obtener la idoneidad
para estar en compañía de los ángeles puros y santos. Los que llegan
a preocuparse tanto con estudios de menor importancia que acaban
por dejar de aprender en la escuela de Cristo, están sufriendo una
pérdida infinita.
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