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Capítulo 65—El premio de la diligencia
Recuerden los jóvenes que el indolente pierde la inapreciable
experiencia ganada por el fiel desempeño de los deberes diarios de la
vida. El que es indolente y voluntariamente ignorante, coloca en su
camino algo que siempre será un obstáculo para él. Rehúsa la cultura
que proviene de un trabajo honrado. Roba a Dios al no extender una
mano de ayuda a la humanidad. Su carrera es muy diferente de la
que Dios le ha señalado; pues el despreciar el empleo útil estimula
los gustos más bajos y de hecho paraliza las más útiles energías del
ser.
No unos pocos, sino miles de seres humanos existen únicamente
para consumir los beneficios que Dios en su misericordia les pro-
diga. Se olvidan de llevar al Señor sus ofrendas de gratitud por las
riquezas que él les ha confiado al concederles los frutos de la tierra.
Se olvidan que Dios desea que mediante el empleo inteligente de los
talentos que se les ha entregado, sean tanto productores como consu-
midores. Si comprendieran la obra que Dios desea que hagan como
su mano ayudadora, pensarían que tienen el privilegio de rehuir toda
responsabilidad que se les haya confiado y que deben ser servidos.
La bendición del trabajo
La verdadera felicidad sólo se encuentra en ser buenos y hacer
el bien. Los más puros y elevados goces son patrimonio de los que
cumplen fielmente sus deberes. Ningún trabajo honrado es degra-
dante. Es una pereza innoble la que induce a los seres humanos
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a menospreciar los sencillos deberes cotidianos de la vida. El re-
chazamiento de esos deberes causa una deficiencia mental y moral
que algún día se sentirá agudamente. Alguna vez en la vida del
perezoso su deformidad aparecerá con rasgos inconfundibles. En el
registro de su vida aparecen escritas las palabras: Consumidor, pero
no productor.
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