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Capítulo 107—Un hogar cristiano
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Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a
Dios deberían erigir un alfar al Señor dondequiera que se establezcan.
Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar debería ser una
casa de oración, es ahora. Los padres y las madres deberían elevar
sus corazones a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por
ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la
familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de la mañana y
de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en oración y
alabanza. Jesús se complacerá en morar en un hogar tal.
De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor
debe expresarse en hechos. Debería manifestarse en todas las rela-
ciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave
y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica
este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor
verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración as-
ciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las
bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío
de la mañana.
Un hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento pode-
roso en favor de la religión cristiana, un argumento que el incrédulo
no puede negar. Todos pueden ver que una influencia obra en la
familia y afecta a los hijos, y que el Dios de Abrahán está con
ellos.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 144
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