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Mensajes Para los Jóvenes
del cielo. Rehusaron inclinarse ante cualquier mandato terrenal que
detrajera el honor de Dios. Tenían fuerza del cielo para confesar su
lealtad a Dios.
Deberíais estar preparados para seguir el ejemplo de estos nobles
jóvenes. No os avergoncéis jamás de vuestra bandera; tomadla y
desplegadla a la mirada de los hombres y los ángeles. No os dejéis
dominar por una falsa modestia, una falsa prudencia que os sugiera
un curso de acción contrario a este consejo. Por la elección de vues-
tras palabras y una conducta consecuente, por vuestra corrección,
vuestra ferviente piedad, haced una profesión eficaz de vuestra fe,
decididos a que Cristo ocupe el trono en el templo del alma, y poned
vuestros talentos sin reservas a sus pies, para que sean utilizados en
su servicio.
Completa consagración
Conviene a vuestro bienestar presente y eterno poneros entera-
mente de parte de lo recto, a fin de que el mundo sepa cuál es vuestra
posición. Muchos no se entregan completamente a la causa de Dios,
y su posición vacilante es una fuente de debilidad en sí misma y
una piedra de tropiezo para otros. Sin principios fijos, sin consa-
gración, son apartados por las olas de la tentación de lo que saben
que es recto, y no se esfuerzan santamente por vencer los errores y
por perfeccionar un carácter recto mediante la justicia imputada de
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Cristo.
El mundo tiene derecho a saber exactamente lo que se puede
esperar de cada ser humano inteligente. Aquel que es una personifi-
cación viva de principios firmes, decididos y rectos, ejerce un poder
viviente sobre sus compañeros, y con su cristianismo influirá sobre
otros. Muchos no perciben ni aprecian cuán grande es la influencia
de cada persona para el bien o para el mal. Todo estudiante debie-
ra comprender que los principios que adopta llegan a ejercer una
influencia viva y modeladora sobre el carácter. Aquel que acepta a
Cristo como Salvador personal, amará a Jesús y a todos aquellos
por quienes él murió; pues Cristo será en él un manantial de agua
que brota para vida eterna. Se entregará sin reservas al dominio de
Cristo.