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Mensajes Para los Jóvenes
almas tanto de los jóvenes como de los ancianos. Mediante ella, los
voluntarios y obedientes son llevados en salvo a la ciudad de Dios, a
través de senderos oscuros e intrincados.
Hay jóvenes que sólo tienen aptitudes comunes, y sin embargo,
mediante la educación y la disciplina, con maestros que actúen de
acuerdo con principios puros y elevados, pueden salir del proceso
de preparación aptos para ocupar algún puesto de confianza al cual
Dios los ha llamado. Pero hay jóvenes que fracasarán porque no
han resuelto vencer las inclinaciones naturales y no están dispuestos
a prestar oídos a la voz de Dios registrada en su Palabra. No han
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levantado alrededor de su alma barricadas contra las tentaciones ni
han resuelto cumplir con su deber, a todo riesgo. Se asemejan a aquel
que al emprender un viaje peligroso rehúsa toda guía e instrucción
por las cuales pudiera evitar accidentes y ruina, y avanza por un
camino de destrucción segura.
La elección de vuestro destino
¡Ojalá comprenda cada uno que él es el árbitro de su propio
destino! En vosotros yace vuestra felicidad para esta vida y para
la vida futura e inmortal. Si lo queréis, tendréis compañeros que,
por su influencia, restarán valor a vuestros pensamientos, vuestras
palabras y vuestras normas morales. Podéis dar rienda suelta a los
apetitos y las pasiones, despreciar la autoridad, usar un lenguaje
grosero, y degradaros hasta el más bajo nivel. Vuestra influencia
puede ser tal que contamine a otros y podéis ser la causa de la
ruina de aquellos a quienes podríais haber traído a Cristo. Podéis
hacer apartar a otros de Cristo, de lo recto, de la santidad y del
cielo. En el juicio podrán los perdidos señalaros y decir: “Si no
hubiera sido por su influencia, yo no habría tropezado ni me habría
burlado de la religión. El tenía la luz, conocía el camino al cielo.
Yo era ignorante y fui con los ojos vendados por el camino de la
destrucción”. Oh, ¿qué respuesta podremos dar a tal acusación? Cuán
importante es que cada uno considere hacia dónde conduce a las
almas. Estamos a la vista del mundo eterno, y cuán diligentemente
debiéramos computar el costo de nuestra influencia. No deberíamos
excluir la eternidad de nuestra consideración, sino acostumbrarnos a
preguntar continuamente: ¿Agradará esta conducta a Dios? ¿Cuál