Capítulo 9—En sociedad con Dios
Teneis a vuestro alcance algo más que posibilidades finitas. Un
hombre, según Dios aplica el término, es un hijo de Dios. “Ahora
somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de
ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta
esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”
Es un
privilegio vuestro apartaros de lo vulgar e inferior y elevaros a una
alta norma, a ser respetados por los hombres y amados por Dios.
La obra religiosa que el Señor da a los jóvenes y a los hombres
de todas las edades, muestra la consideración que les tiene como
hijos suyos. Les da el trabajo de gobernarse a sí mismos. Los llama
a ser participantes con él en la gran obra de la redención y elevación
de la humanidad. Así como un padre hace a su hijo socio suyo en
su negocio, el Señor hace socios suyos a sus hijos. Somos hechos
colaboradores de Dios. Jesús dice: “Como tú me enviaste al mun-
do, también los he enviado al mundo”
¿No escogeríais más bien
ser hijos de Dios que siervos de Satanás y del pecado, teniendo el
nombre registrado como enemigos de Cristo?
Los jóvenes necesitan más de la gracia de Cristo para practicar
los principios del cristianismo en la vida diaria. La preparación para
la venida de Cristo es una preparación hecha mediante Cristo, para
ejercitar nuestras más elevadas cualidades. Es privilegio de cada
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joven hacer de su carácter una hermosa estructura. Pero hay una
necesidad positiva de mantenerse allegado a Jesús. El es nuestra
fuerza, eficiencia y poder. Ni por un momento podemos depender
de nosotros mismos...
1 Juan 3:2, 3
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Juan 17:18
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