Capítulo 18—Consejos a una hija consentida
Tienes un temible informe del año pasado, que está abierto a la
vista de la Majestad del cielo y de las miríadas de ángeles puros e
inmaculados. Pueden haber estado ocultos a los mortales tus
pensamientos y actos, tus sentimientos violentos y no santificados,
pero recuerda que los actos más triviales de tu vida están abiertos a
la vista de Dios. Tienes un registro manchado en el cielo. Allí están
anotados todos los pecados que has cometido.
Dios te mira con desaprobación, y sin embargo pareces des-
provista de sentimientos; no te percatas de tu condición perdida y
arruinada. A veces sientes remordimientos pero pronto se sobre-
pone tu espíritu independiente y orgulloso y ahogas la voz de la
conciencia.
No eres feliz; y sin embargo imaginas que si pudieras hacer
tu voluntad sin restricciones, lo serías. ¡Pobre niña! Ocupas una
posición semejante a la de Eva en el Edén. Imaginaba ella que si
tan sólo comía del fruto del árbol que Dios le había prohibido tocar
siquiera, so pena de muerte, se exaltaría grandemente. Comió, y
perdió todas las glorias del Edén.
El dominio de la imaginación
Deberías dominar tus pensamientos. No será esto tarea fácil; no
podrás llevarlo a cabo sin un esfuerzo concienzudo y aun severo.
Sin embargo, Dios lo requiere de ti; es un deber que atañe a todo ser
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responsable. Eres responsable ante Dios de tus pensamientos. Si te
complaces en imaginar cosas vanas, permitiendo que tu mente se
espacie en temas impuros, eres hasta cierto grado tan culpable ante
Dios como si tus pensamientos fuesen puestos en práctica. Todo lo
que impide la acción es la falta de oportunidad.
El soñar día y noche y hacer castillos en el aire son hábitos malos
y excesivamente peligrosos. Una vez establecidos es casi imposible
romperlos y dirigir los pensamientos a temas puros, santos, elevados.
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