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Capítulo 21—La falacia del pecado
Nada es más traicionero que la falacia del pecado. Es el dios de
este mundo que engaña, ciega y conduce a la destrucción. Satanás
no expone todas sus tentaciones a la vez. Las disfraza con una
máscara de bien. Mezcla con diversiones y extravagancias algunas
pequeñas ventajas, y las almas engañadas dan como excusa que
el tener parte en ellas reporta un gran bien. Esta es sólo la parte
engañosa. Son las artes infernales de Satanás enmascaradas. Las
almas engañadas dan un paso y se preparan para el siguiente. Es
mucho más placentero seguir las inclinaciones del corazón que estar
a la defensiva y resistir la primera insinuación del astuto enemigo, y
así impedir sus intrusiones.
Oh, ¡cómo acecha Satanás para ver cuán fácilmente se toma su
carnada, y para ver a las almas andar precisamente en la senda que él
ha preparado! El no quiere que abandonen la apariencia de oración y
prácticas religiosas, pues así puede hacerlos más útiles en su servicio.
Une su sofistería y sus trampas engañosas con la experiencia y la
profesión de fe de ellos, y así hace progresar maravillosamente su
causa.
El examen de si mismo
Existe la necesidad de examinarse íntimamente y de preguntarse
a la luz de la Palabra de Dios: ¿Soy íntegro o corrupto de corazón?
¿Estoy renovado en Cristo o soy todavía carnal de corazón, cubierto
sólo exteriormente con un vestido nuevo? Acercaos al tribunal de
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Dios y observad, como a la luz de Dios, si hay algún pecado secreto,
alguna iniquidad, algún ídolo que no hayáis sacrificado. Orad, sí,
orad como nunca antes para que no seáis engañados por los ardides
de Satanás; para que no os entreguéis a un espíritu descuidado,
indiferente, vano, y prestéis atención a los deberes religiosos para
acallar vuestra propia conciencia...
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