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La falacia del pecado
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Uno de los pecados que constituyen una de las señales de los
últimos días es que los cristianos profesos son amadores de los pla-
ceres más que de Dios. Tratad sinceramente con vuestras propias
almas. Investigad cuidadosamente. Cuán pocos, después de un exa-
men fiel, pueden levantar la vista al cielo y decir: “No soy uno de
los así descritos. No soy un amador del placer más que de Dios”.
Cuán pocos pueden decir: “Estoy muerto para el mundo; la vida que
ahora vivo es por la fe del Hijo de Dios. Mi vida está escondida con
Cristo en Dios, y cuando Aquel que es mi vida aparezca, yo también
apareceré con él en gloria”.
¡El amor y la gracia de Dios! ¡Oh preciosa gracia más valiosa
que el oro fino! Eleva y ennoblece el espíritu por encima de todos
los demás principios. Coloca el corazón y los afectos en el cielo.
Mientras los que nos rodean se ocupan en vanidades mundanas,
placeres y frivolidades, nuestra conversación está en el cielo, de
donde esperamos al Salvador; el alma se dirige a Dios para obtener
perdón y paz, justicia y verdadera santidad. El trato con Dios y
la contemplación de las cosas de arriba transforman el alma a la
semejanza de Cristo (
Review and Herald,
mayo 11, 1886
).
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