Página 111 - El Ministerio M

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A un médico confundido
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Hay que impartir el amor de Dios
Los que pertenecen al pueblo de Dios tienen que aprender mu-
chas lecciones. Gozarán de perfecta paz si mantienen la mente
centrada en él, quien es demasiado sabio para errar y demasiado
bueno para perjudicarlos. Deben captar el reflejo de la sonrisa de
Dios y proyectarla hacia otros. Deben ver cuánta luz del sol pueden
introducir en la vida de la gente con quien se relacionan. Han de
mantenerse cerca de Cristo, tan cerca que puedan sentarse con él
como niñitos suyos, en dulce y santa unidad. Nunca deben olvidar
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que así como reciben el afecto y el amor de Dios, están bajo la
más solemne obligación de impartirlos a los demás. De este modo,
pueden ejercer una influencia de gozo que será una bendición para
todos los que se relacionen con ellos, y también iluminar su camino.
Aquí es donde los que integran el pueblo de Dios cometen mu-
chos errores. No expresan agradecimiento por el gran don del amor y
la gracia de Dios. El egoísmo debe erradicarse del alma. El corazón
debe ser purificado de toda envidia, de toda mala suposición. Los
creyentes deben recibir constantemente el amor de Dios e impartirlo.
Entonces los incrédulos dirán de ellos: “Han estado con Jesús y han
aprendido de él. Viven en íntimo compañerismo con Cristo, quien es
amor”. El mundo tiene una percepción muy aguda y captará algún
conocimiento de parte de los que se sientan juntos en los lugares
celestiales en Cristo Jesús. El carácter de los instrumentos humanos
de Dios debe ser una copia del carácter de su Salvador...
Hay que unirse a los hermanos
Le escribo esto, mi apreciado hermano, con la esperanza de ayu-
darle. Usted se encuentra en un estado mental alterado, y se siente
tentado a efectuar una obra extraña que Dios no le ha encargado.
Ninguno de nosotros debe trabajar solo; tenemos que unirnos con
nuestros hermanos y laborar juntos, porque así Dios nos proporciona-
rá influencia y control sobre nosotros mismos. Debemos acercarnos
a Dios para que él se aproxime a nosotros.
Nadie puede alcanzar la plenitud en Cristo si, teniendo los me-
dios para obtener una experiencia más profunda en las cosas de Dios,
deja de comprender que cada rayo de luz celestial, cada partícula