Página 359 - El Ministerio M

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Dejemos nuestras cargas a sus pies
La influencia de la familia del sanatorio debe ser unificadora,
en la cual cada miembro busque convertirse en una fuerza para el
bien en el departamento donde trabaja. Para obtener este resulta-
do, primero se requiere desarraigar todo principio malo; entonces
los obreros pueden esperar obtener éxito en perfeccionarse como
obreros cristianos. Solamente cuando se colocan bajo la disciplina
de Dios, conformando su vida diaria al Modelo que tienen en la
vida terrenal del Salvador, pueden convertirse en copartícipes de la
naturaleza divina y escapar de la corrupción que hay en el mundo a
causa de la concupiscencia. Mientras estemos en este mundo, per-
maneceremos bajo examen y prueba. Se nos hará responsables no
sólo por labrar nuestra propia salvación, sino por la influencia para
el bien o el mal que ejerzamos sobre otras almas.
El que es manso en espíritu, el más puro y el que más se asemeje
a un niño, será fortalecido para la batalla. Será vivificado con poder
en el hombre interior por su Espíritu. El que siente su debilidad, y
lucha con Dios como lo hizo Jacob, y como este siervo de antaño
clama: “No te dejaré, si no me bendices”, saldrá con la refrescante
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unción del Espíritu Santo. La atmósfera del cielo lo rodeará. Su
influencia será una fuerza positiva a favor de la religión de Cristo...
Me alegro mucho de que podamos venir a Dios con fe y hu-
mildad, y rogarle hasta que nuestras almas alcancen una relación
de tal intimidad con Jesús que podamos colocar nuestras cargas a
sus pies, diciendo: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que
es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. El Señor es
poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de
lo que pedimos o entendemos. Nuestro corazón frío y carente de fe
puede ser reavivado en sensibilidad y vida, hasta que podamos decir
con fe: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios”. Busquemos la plenitud de la salvación de Cristo. Sigamos las
huellas del Hijo de Dios, pues la promesa es: “El que me sigue, no
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