Página 403 - El Ministerio M

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La ley de la fe y las obras
La gracia de Dios siempre es reformadora. Todo ser humano está
en una escuela, donde debe aprender a abandonar prácticas dañinas
y percatarse de lo que puede hacer por sí mismo. Los que ignoran
estas cosas, los que no toman la precaución de respirar aire puro y
tomar agua pura, no pueden estar libres de la enfermedad. Tienen el
organismo contaminado y la estructura humana dañada.
Tales personas son descuidadas, imprudentes, presuntuosas y
suicidas. El conocimiento está esparcido a su paso, pero se niegan
a recoger los rayos de luz diciendo que dependen de Dios. ¿Pero
hará Dios las cosas que él ha dejado para que ellos hagan? ¿Suplirá
él el descuido de ellos? ¿Dejará de notar su ignorancia voluntaria
y hará grandes cosas a su favor, restaurándoles el alma, el cuerpo
y el espíritu, mientras ignoran los agentes más sencillos, cuyo uso
les devolvería la salud? Mientras día a día complacen su apetito
comiendo lo que les acarrea enfermedad, ¿pueden esperar que el
Señor obre un milagro para restaurarlos? Esta no es la forma como
el Señor procede. Al actuar así, hacen del Señor alguien como ellos.
La fe y las obras van juntas...
Que cada cual examine su propio corazón, para ver si no está
dando cabida a lo que le es realmente dañino, y en lugar de abrir la
puerta del corazón para dejar entrar a Jesús, el Sol de Justicia, se está
quejando por la escasez del Espíritu de Dios. Que éstos busquen sus
ídolos y los arrojen lejos. Que corten toda complacencia contraria
a la salud en su comida, en su bebida. Que pongan en armonía
su práctica diaria con las leyes de la naturaleza. Al hacerlo así, y
también creerlo, se creará una atmósfera alrededor del alma que
tendrá sabor de vida para vida.—
Manuscrito 86, 1897
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