Página 409 - El Ministerio M

Basic HTML Version

Lo que podemos hacer por nosotros mismos
Con relación a lo que podemos hacer por nosotros mismos hay un
punto que requiere consideración esmerada y seria. Debo conocerme
a mí mismo. Debo ser un aprendiz continuo acerca de cómo cuidar
este edificio, el cuerpo que Dios me ha dado, para preservarlo en
el mejor estado de salud. Debo comer las cosas que contribuirán a
mi mejoría física y ejercer cuidado especial para que mi vestimenta
sea tal que permita una circulación saludable de la sangre. No debo
privarme del ejercicio ni del aire. Debo tomar toda la luz del sol que
me sea posible obtener. Debo saber bien cómo ser un fiel guardián
de mi cuerpo.
Algo muy insensato sería entrar a un cuarto frío cuando estoy
sudando; sería un mayordomo imprudente si me sentara en una
corriente de aire frío y me expusiera a un resfriado. Sería poco acon-
sejable sentarme con los pies y los miembros fríos, y de esta manera
devolver la sangre de las extremidades al cerebro o a los órganos in-
ternos. Siempre debo protegerme los pies en tiempo húmedo. Debo
comer regularmente el alimento más saludable que se convierta en
sangre de la mejor calidad, y no debo trabajar en forma intemperante
si está a mi alcance evitarlo. Cuando viole las leyes que Dios ha
establecido en mi ser, debo arrepentirme, reformarme y colocarme
en el estado más favorable bajo los doctores que Dios a provisto: el
aire puro, el agua pura y la preciosa y curativa luz del sol.
La presunción y la indolencia
Si no hacemos lo que está al alcance de casi cada familia, es
simple presunción pedirle al Señor que nos libere del dolor cuando
somos muy indolentes para hacer uso de estos remedios que están a
nuestro alcance. El Señor espera que trabajemos para que podamos
[304]
obtener la alimentación. Él no se propone que cosechemos a menos
que desyerbemos el terreno, preparemos la tierra y cultivemos los
productos. Entonces Dios envía la lluvia, la luz del sol y las nubes
405