Preparación de obreros
En toda ciudad grande debiera haber cuerpos de obreros organi-
zados y bien disciplinados; no meramente uno o dos, sino veintenas,
dispuestos a trabajar. Pero la pregunta que causa perplejidad aún no
se ha respondido, y es cómo se sostendrán.
Se me ha mostrado que en nuestro esfuerzo por instruir a las
gentes de las ciudades grandes, la obra no ha sido tan bien organizada
ni los métodos de trabajo tan eficientes como los de otras iglesias
que no tienen la gran luz que nosotros consideramos tan esencial.
¿Por qué es esto? Porque muchos de nuestros obreros han sido de
los que les gusta predicar (y muchos que no estaban debidamente
calificados para predicar emprendieron esta labor), y una gran parte
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del esfuerzo se ha centrado únicamente en la predicación.
Debe darse más importancia a la educación y preparación de
misioneros con énfasis especial en la obra en las ciudades. Cada
grupo de obreros necesita estar bajo la dirección de un líder compe-
tente, y siempre hay que mantener delante de ellos el deber de ser
misioneros en el más alto sentido del término. Tal labor sistemática,
conducida en forma adecuada, producirá resultados benditos.
Algo se ha hecho referente a esto, pero con mucha frecuencia el
trabajo se ha debilitado y no se ha logrado establecer algo perma-
nente. Hay necesidad ahora de una labor ferviente. Los jóvenes que
salen como empleados de la Asociación General deben comprender
que no sólo han de predicar sino ministrar; actuar como quienes
sienten la solemne responsabilidad de buscar y salvar lo que se ha
perdido.
No debiera ser el objetivo del obrero presentar una larga lista
de sermones predicados, sino ¿qué ha hecho en la obra de salvar
almas, o de preparar obreros? Esto requiere un trabajo sincero y
dedicado de esfuerzo personal. Exige que los obreros estén con Dios
a menudo en oración ferviente, y que busquen la sabiduría por medio
de un escudriñamiento diligente de las Escrituras.—
Carta 34, 1892
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