Capítulo 30—El funeral cristiano
Jesús, el modelo del ministro, lloró ante la muerte
—Cristo
fue un cuidadoso observador, percibió muchas cosas que los demás
pasaron por alto. Siempre estuvo dispuesto a ayudar, siempre listo
para hablar palabras de esperanza y de simpatía a los desanimados y
atribulados. Permitió que la muchedumbre lo apretujara sin quejarse,
aunque a veces fue casi levantado en vilo. Cuando se encontró con un
funeral no pasó de largo indiferentemente. La tristeza se reflejó en su
semblante al contemplar la muerte, y lloró con los enlutados.—
Alza
tus Ojos, 55
.
La muerte, en la presencia del Dador de la vida, es solamen-
te temporal
—Con voz clara y llena de autoridad pronunció estas
palabras: “Mancebo, a ti te digo, levántate”. Esa voz penetra los
oídos del muerto. El joven abre los ojos, Jesús lo toma de la mano
y lo levanta. Su mirada se posa sobre la que estaba llorando junto
a él, y madre e hijo se unen en un largo, estrecho y gozoso abrazo.
La multitud mira en silencio, como hechizada. “Y todos tuvieron
miedo”. Por un rato permanecieron callados y reverentes, como en
la misma presencia de Dios. Luego “glorificaban a Dios, diciendo:
Que un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y que Dios ha
visitado a su pueblo”. El cortejo fúnebre volvió a Naín como una
procesión triunfal. “Y salió esta fama de él por toda Judea, y por
toda la tierra de alrededor”.—
El Deseado de Todas las Gentes, 285,
286
.
Un funeral cristiano puede proveer un testimonio poderoso
para el cristianismo
—Cuando llegamos en la noche encontramos
al joven muy cerca de su fin. Su cuerpo moribundo estaba ator-
mentado por el dolor. Oramos con él, y su pesada respiración y
quejidos cesaron mientras orábamos. La bendición de Dios reposó
en el cuarto del enfermo, y sentimos que los ángeles estaban vo-
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lando en derredor. El se sintió un poco aliviado, sin embargo sabía
que estaba falleciendo. Trató de hacernos entender que la esperanza
iluminaba el futuro, y que para él no era una oscuridad incierta.
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