Cómo planear y dirigir el servicio de adoración
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petición hecha en el púlpito, en el círculo de la familia o en secreto.
Especialmente aquel que ora en público debe emplear un lenguaje
sencillo, a fin de que otros puedan entender lo que dice y unirse a la
petición.—
Obreros Evangélicos, 186
.
Cuando oramos debiéramos acostumbrarnos a ponernos de
rodillas
—Tanto en el culto como en privado, es privilegio nuestro
doblegar las rodillas ante el Señor cuando le ofrecemos nuestras
peticiones. Jesús, nuestro modelo, “puesto de rodillas oró”. Acerca
de sus discípulos está registrado que también oraban “puestos de
rodillas”. Pablo declaró: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro
Señor Jesucristo”. Al confesar ante Dios los pecados de Israel, Esdras
estaba de rodillas. Daniel “hincábase de rodillas tres veces al día, y
oraba, y confesaba delante de su Dios”... Y la invitación del salmista
es: “Venid, adoremos y postrémonos, arrodillémonos ante el Eterno,
nuestro Hacedor”.—
Obreros Evangélicos, 187
.
La apelación para las ofrendas
La apelación para la ofrenda debe incluir la necesidad prác-
tica y la motivación espiritual para dar
—Apelo a la congregación
que se reúne con regularidad en nuestro tabernáculo: ¿No traerán sus
ofrendas para pagar la deuda de la casa del Señor? Apelo a aquellos
que envían a sus hijos a Battle Creek, en donde se unen a nosotros en
el culto de adoración a Dios: ¿No nos ayudarán a cubrir esta deuda?
Hoy les invito a todos a ser especialmente liberales. Traigan gozosos
sus ofrendas voluntarias al Señor. Consagremos a él cuanto somos,
y todo lo que poseemos.—
The Review and Herald, 4 de enero de
1881
.
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Las apelaciones para la ofrenda deben enfatizar el motivo
para dar una mayor cantidad de la que damos
—Tenemos el pri-
vilegio de escuchar la Palabra de Dios en nuestro lugar de culto;
pero este edificio, llamado la casa del Señor, tiene una deuda grande.
¿No debemos los que nos reunimos en este cómodo edificio hacer
esfuerzos fervorosos para pagar la deuda del tabernáculo? Los po-
bres pueden ser animados al pensar que las sumas más pequeñas,
dadas con sinceridad y alegría, son tan aceptables a Dios como lo
son los miles que los ricos depositan en la tesorería. Hay muy pocos
tan pobres como la viuda quien dio dos monedas como ofrenda a