Página 250 - El Ministerio Pastoral (1995)

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El Ministerio Pastoral
y ayudarles en aquello en que son débiles y necesitan más ayuda.
Los que trabajan en palabra y doctrina deben quebrantar su propio
corazón duro, orgulloso e incrédulo, si quieren notar la misma obra
en sus hermanos. Cristo lo ha hecho todo por nosotros, porque éra-
mos impotentes; estábamos atados con cadenas de tinieblas, pecado
y desesperación y no podíamos hacer nada por nosotros mismos.
Es mediante el ejercicio de la fe, la esperanza y el amor como nos
acercamos más y más a la norma de la perfecta santidad. Nuestros
hermanos sienten la misma lastimosa necesidad de ayuda que hemos
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sentido nosotros. No debemos recargarnos con censuras innecesa-
rias, sino que debemos permitir que el amor de Cristo nos constriña
a ser muy compasivos y tiernos, para que podamos llorar por los
que yerran y los que han apostatado de Dios. El alma tiene un valor
infinito, que no puede estimarse sino por el precio pagado por su res-
cate. ¡El Calvario! ¡El Calvario! ¡El Calvario explicara el verdadero
valor del alma!—
Joyas de los Testimonios 1:323
.
Los descarriados se pueden levantar en contra de los mi-
nistros que tratan con ellos fielmente
—Algunos son tan fríos y
negligentes que no se dan cuenta que están poniendo sus afectos en
los tesoros terrenales, que pronto serán arrastrados para siempre. El
amor al mundo los está atando, como una ropa gruesa; y a menos
que cambien su curso, no sabrán cuán precioso es practicar la ab-
negación por amor a Cristo. Todos nuestros ídolos, nuestro amor
al mundo, debe ser expulsado del corazón. Hay ministros, y fieles
amigos, que ven el peligro que rodea a estas almas esclavizadas, y
les presentan fielmente el error de su curso, pero éstas en vez de
tomar las advertencias en el espíritu en que les son dadas, y benefi-
ciarse, se levantan en contra de los que tratan con ellos fielmente.
¡Oh, si se levantaran de su letargo espiritual, y se familiarizaran con
Dios! El mundo está cegando sus ojos para que no vean al que es
invisible. No pueden discernir las cosas más preciosas que son de
interés eterno, sino que ven la verdad de Dios en una luz tan débil
que parece de poco valor para ellos.—
The Review and Herald, 31
de octubre de 1893
.
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