Capítulo 21—Escritores y derechos de autor
La justicia y el amor deben estar mancomunados
—Se me
ha mostrado que debemos proteger sagradamente los intereses de
la causa de Dios, como también los de su pueblo elegido. Se me
mostró que los que presiden sobre estas instituciones siempre de-
bieran recordar que hay un Director Supremo que es el Dios de los
cielos. Debieran efectuar sus transacciones comerciales con estric-
ta honradez en todos los departamentos de la obra. Aunque debe
manifestarse firmeza en el mantenimiento del orden, ésta debe ir
acompañada de compasión, misericordia y paciencia. La justicia
tiene una hermana gemela, que es el amor. Ambas deben mantenerse
juntas...
La junta directiva debiera obrar siempre como si se encontrara
bajo el escrutinio de la mirada divina, y deben recordar siempre
que sólo son hombres finitos y están propensos a cometer errores
de discernimiento en sus decisiones y planes, si no mantienen una
estrecha relación con Dios. Puesto que ellos mismos son personas
débiles e imperfectas, debieran manifestar bondad y compasión por
otros que están expuestos a cometer errores... Cada obrero debiera
cultivar la bondad hacia el prójimo. Buscad primero el consejo de
parte de Dios, porque esto es necesario para que los obreros puedan
consultarse mutuamente.—
Carta 34, 1886
.
Cada autor es un mayordomo individualmente
—Dios desea
que en todos los aspectos de nuestro trato mutuo, mantengamos
cuidadosamente el principio de la responsabilidad personal y la
dependencia de él. Este es un principio que nuestras casas editoras
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deben recordar en forma especial en su trato con los autores.
Algunos han sostenido que los autores no tienen derecho de
administrar los libros que escriben; que en todos lo casos deben
someter sus obras al control de la casa editora o de la asociación;
que aparte de los gastos de producción del manuscrito, no debieran
pedir ninguna participación en la ganancia producida por la venta de
sus libros; y que la ganancia debiera permanecer en la asociación o
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