Página 221 - El Ministerio de Publicaciones (1997)

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Escritores y derechos de autor
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la casa editora para que ésta la use, según su juicio, a fin de satisfacer
las necesidades de la obra. De este modo, la mayordomía del autor
sobre sus propias obras se transferiría totalmente de él a otros...
La habilidad de escribir un libro es, como cualquier otro talento,
un don de Dios, y quienes la poseen son responsables delante de
él por su perfeccionamiento; además, el autor debe invertir bajo la
dirección de Dios, lo que reciba por concepto de derechos de autor.
Recordemos que lo que se nos confía para ser invertido no es nuestra
propiedad personal. Si así fuera, podríamos usarlo a nuestro propio
arbitrio; podríamos desplazar nuestra responsabilidad sobre otros
y confiarles nuestra mayordomía. Pero esto no puede ser, porque
Dios nos ha hecho sus mayordomos individualmente. Tenemos la
responsabilidad de invertir individualmente estos recursos. Nuestros
propios corazones deben estar santificados; nuestras manos deben
tener algo para repartir de lo que Dios nos ha confiado, cuando se
presente la ocasión.
Si la asociación o la casa editora se apropiaran del fruto del tra-
bajo del cerebro, sería igualmente razonable que asumieran control
de los ingresos recibidos por un hermano por el alquiler de sus casas
o el cultivo de sus tierras.
Tampoco es justa la afirmación de que un obrero de la casa
editora, porque recibe pago por su trabajo, sus facultades físicas,
mentales y espirituales pertenecen totalmente a la institución, y
ésta tiene derecho sobre toda la producción de su pluma. Fuera del
período de trabajo en la institución, el tiempo del obrero está bajo
su propio control, y puede usarlo como mejor le parezca, mientras
su uso no esté en conflicto con su deber hacia la institución. En
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cuanto a lo que produzca durante ese tiempo, él es responsable ante
su conciencia y ante Dios.
No se puede acarrear mayor deshonra a Dios que cuando un
hombre pone los talentos de otro hombre bajo su control absoluto.
El mal no se evita por el hecho de que la ganancia producida por la
transacción se dedique a la causa de Dios. En tales componendas,
la persona que permite que su mente sea gobernada por la mente
de otra persona, en esa forma queda separada de Dios y expuesta
a la tentación. Al desplazar la responsabilidad de su mayordomía
hacia otros hombres y al depender de su sabiduría, está colocando
al hombre en el lugar que le corresponde a Dios. Los que procuran