Página 248 - El Ministerio de Publicaciones (1997)

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El Ministerio de Publicaciones
como ministro evangélico, a menos que primero tuviera éxito en el
campo del colportaje. El Espíritu del Señor no dictó esa resolución.
Fue gestada en mentes que tenían un concepto estrecho de la viña
de Dios y de sus obreros. No es la obra de ningún hombre prescribir
el trabajo para ningún otro hombre contrariando sus propias convic-
ciones de lo que es su deber. Puede aconsejárselo, pero él tiene que
buscar la dirección de Dios, a quien pertenece y sirve.
Si alguien se dedica al colportaje pero es incapaz de sostenerse
a sí mismo y a su familia, sus hermanos tienen el deber, hasta donde
puedan hacerlo, de ayudarle a salir de su dificultad, y desinteresada-
mente idear medios para que este hermano pueda trabajar de acuerdo
con su habilidad y así obtener honradamente los recursos necesarios
para sostener a su familia.
Cuando una persona lucha honradamente para sostener a su fa-
milia, pero no lo consigue, de modo que sufren por falta de alimento
y ropa, el Señor no considerará inocentes a nuestros hermanos ad-
ministradores si lo tratan con indiferencia o prescriben condiciones,
para este hermano, que son virtualmente imposibles de satisfacer...
Ahora bien, ¿le ha dicho Dios a usted que este hermano debía
continuar trabajando en el colportaje, hasta quedar libre de deudas?
¿No le ha ordenado, más bien, como ministro de Cristo, que busque la
manera de librarlo de su aflicción, y que estimule a otros para que lo
alivien de su deuda, y así permitir que luego reciba sus convicciones
de Dios con respecto a la obra que él le ha dado habilidad para llevar
a cabo?—
Manuscrito 34, 1894
.
En el servicio de Dios no hay lugar para los holgazanes
La empresa de obtener la vida eterna se encuentra por encima de
cualquier otra consideración. Dios no quiere holgazanes en su causa.
La obra de advertir a los pecadores que huyan de la ira venidera,
requiere hombres fervientes que se preocupen por las almas y que
no estén dispuestos a valerse de cualquier excusa para evitar las
cargas o abandonar la obra. Los pequeños desánimos, el tiempo
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desagradable o dolencias imaginarias, le parecen causa suficiente al
Hno. R para disculparse por no participar en alguna actividad. Hasta
recurre a sus amistades; y cuando surgen deberes que no tiene ganas
de cumplir, cuando su indolencia clama por ser complacida, con
frecuencia presenta la excusa de enfermedad, cuando no existe razón
por la que debiera estar enfermo; a menos que como resultado de sus