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El Ministerio de Publicaciones
despierten a los negligentes, y hagan volver a Dios a los espíritus
extraviados en la insensatez.
Debe atraerse poderosamente la atención de la gente. Nuestro
mensaje es sabor de vida para vida o de muerte para muerte. Están
en la balanza los destinos de las almas. Hay multitudes en el valle
de la decisión. Debe oírse una voz que clame: “Si Jehová es Dios,
seguidle; y si Baal, id en pos de él”.
1 Reyes 18:21
.
Al mismo tiempo, en ninguna circunstancia deben publicarse
cosas provenientes de un espíritu duro y denunciador. No haya
en nuestros periódicos estocadas ni críticas amargas o sarcasmos
mordaces. Satanás ha logrado casi expulsar del mundo la verdad de
Dios, y se deleita cuando sus profesos defensores dan la impresión
de no estar bajo la influencia de la verdad que subyuga y santifica el
alma.
Los que escriben en nuestros periódicos deben espaciarse lo
menos posible en las objeciones o los argumentos de los opositores.
En toda nuestra obra debemos hacer frente a la mentira con la
verdad. Expóngase la verdad por encima de todas las sugestiones
personales, alusiones o insultos. Negociemos únicamente con la
moneda del cielo. Hagamos uso solamente de aquello que lleva la
imagen y la inscripción de Dios. Hagamos penetrar la verdad, nueva
y convincente, para minar y suprimir el error.
Dios quiere que seamos siempre serenos y tolerantes. Cualquiera
que sea la conducta seguida por los demás, debemos representar
a Cristo, obrando como obraría él en circunstancias similares. El
poder de nuestro Salvador no estribaba en una enérgica andanada de
palabras agudas. Fue su bondad, su espíritu abnegado y humilde lo
que hizo de él un conquistador de corazones. El secreto de nuestro
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éxito estriba en revelar el mismo espíritu.
La unidad
—Los que hablan a la gente en nuestros periódi-
cos deben conservar la unidad entre sí. Nada debe encontrarse en
nuestros periódicos que sepa a disensión. Satanás trata siempre de
provocar disensión, porque sabe muy bien que por este medio puede
contrarrestar muy eficazmente la obra de Dios. No debemos favore-
cer sus designios. La oración de Cristo en favor de sus discípulos
fue: “Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí, y
yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa; para que el