Vivir para salvar a otros, 11 de abril
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
Lucas 9:23
.
El pecado más difundido que nos separa de Dios y provoca tantos trastornos espirituales contagiosos, es el egoísmo. No se puede
volver al Señor excepto mediante la abnegación. Por nosotros mismos no podemos hacer nada; pero si Dios nos fortalece, podemos
vivir para hacer bien a otros, y de esta manera rehuir el mal del egoísmo. No necesitamos ir a tierras paganas para manifestar nuestros
deseos de consagrarlo todo a Dios en una vida útil y abnegada. Debemos hacer esto en el círculo del hogar, en la iglesia, entre
aquellos con quienes tratamos y con aquellos con quienes hacemos negocios. En las mismas vocaciones comunes de la vida es donde
se ha de negar al yo y mantenerlo en sujeción.
Pablo podía decir: “Cada día muero”.
1 Corintios 15:31
. Es esa muerte diaria del yo en las pequeñas transacciones de la vida lo
que nos hace vencedores. Debemos olvidar el yo por el deseo de hacer bien a otros. A muchos les falta decididamente amor por los
demás. En vez de cumplir fielmente su deber, procuran más bien su propio placer.
Dios impone positivamente a todos los que le siguen el deber de beneficiar a otros con su influencia y recursos, y de procurar
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de él la sabiduría que los habilitará para hacer todo lo que esté en su poder para elevar los pensamientos y los afectos de aquellos
sobre quienes pueden ejercer su influencia. Al obrar por los demás, se experimentará una dulce satisfacción, una paz íntima que será
suficiente recompensa. Cuando estén movidos por un elevado y noble deseo de hacer bien a otros, hallarán verdadera felicidad en
el cumplimiento de los múltiples deberes de la vida. Esto les proporcionará algo más que una recompensa terrenal; porque todo
cumplimiento fiel y abnegado del deber es notado por los ángeles, y resplandece en el registro de la vida.
En el cielo nadie pensará en sí mismo, ni buscará su propio placer; sino que todos, por amor puro y genuino, procurarán la
felicidad de los seres celestiales que los rodeen. Si deseamos disfrutar de la sociedad celestial en la tierra renovada, debemos ser
gobernados aquí por los principios celestiales.—
Joyas de los Testimonios 1:204, 205
.
La obra más importante que puede efectuarse en nuestro mundo es glorificar a Dios, viviendo de acuerdo con el carácter de
Cristo.—
Testimonies for the Church 6:438
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