Página 305 - Maranata

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Los que lo traspasaron, 12 de octubre
Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
Marcos 14:62
.
Cuando [los dirigentes judíos] contemplan su gloria, acude a sus mentes el recuerdo del Hijo del hombre revestido del ropaje de
la humanidad. Recuerdan cómo lo trataron, cómo lo rechazaron y se apresuraron a ponerse del lado del gran apóstata. Las escenas de
la vida de Cristo aparecen ante ellos con toda claridad. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, la humillación a la que descendió a fin de
salvarlos de la corrupción del pecado, se levanta ante ellos para condenarlos.
Lo ven acercándose a Jerusalén para llorar con lágrimas de agonía sobre la impenitente ciudad que no quiso recibir su mensaje.
Su voz, que se oyó cuando invitaba y rogaba, con tonos de tierna solicitud, parece llegar de nuevo a sus oídos. Surgen ante ellos las
escenas del Getsemaní, y oyen la maravillosa oración de Jesús: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa”.
Mateo 26:39
.
Oyen otra vez la voz de Pilato, que dice: “Yo no hallo en él ningún delito”.
Juan 18:38
. Ven la escena vergonzosa en el recinto
del juicio, cuando Barrabás estuvo de pie junto a Cristo y ellos tuvieron el privilegio de escoger al que no tenía culpa. Oyen otra vez
las palabras de Pilato: “¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?”
Mateo 27:17
. Oyen la respuesta:
“¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!”
Lucas 23:18
. A la pregunta de Pilato: “¿Qué, pues, haré de Jesús?” viene la respuesta:
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“¡Sea crucificado!”
Mateo 27:22
.
Ven nuevamente a su Sacrificio cargando el oprobio de la cruz. Oyen las voces triunfantes y sarcásticas que exclaman: “Si eres
Hijo de Dios, desciende de la cruz”, “a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”.
Mateo 27:40, 42
.
No lo ven ahora en el huerto de Getsemaní, ni en el recinto del juicio, ni en la cruz del Calvario. Han pasado las señales de su
humillación y contemplan el rostro de Dios—ese rostro que ellos escupieron—, el rostro que los sacerdotes y gobernantes hirieron
con las palmas de sus manos. Ahora les es revelada la verdad en todo su vigor.—
The Review and Herald, 5 de septiembre de 1899
.
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