Página 306 - Maranata

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Los impíos se dan muerte unos a otros, 13 de octubre
En todos mis montes llamaré contra él la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual será contra su hermano.
Ezequiel 38:21
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Los impíos están llenos de pesar, no por su indiferencia pecaminosa para con Dios y sus semejantes, sino porque Dios ha vencido.
Lamentan el resultado obtenido; pero no se arrepienten de su maldad. Si pudiesen hacerlo, no dejarían de probar cualquier medio
para vencer...
Los ministros y el pueblo ven que no sostuvieron la debida relación con Dios. Ven que se rebelaron contra el Autor de toda ley
justa y recta. El rechazo a los preceptos divinos dio origen a miles de fuentes de mal, discordia, odio e iniquidad, hasta que la tierra
se convirtió en un vasto campo de luchas, en un abismo de corrupción. Tal es el cuadro que se presenta ahora ante la vista de los que
rechazaron la verdad y prefirieron el error. Ningún lenguaje puede expresar la vehemencia con que los desobedientes y desleales
desean lo que perdieron para siempre: La vida eterna. Los hombres a quienes el mundo idolatró por sus talentos y elocuencia, ven
ahora las cosas en su luz verdadera. Se dan cuenta de lo que perdieron por la transgresión, y caen a los pies de aquellos a quienes
despreciaron y ridiculizaron a causa de su fidelidad, y confiesan que Dios los amaba.
Los hombres ven que fueron engañados. Se acusan unos a otros de haberse arrastrado mutuamente a la destrucción; pero todos
concuerdan en abrumar a los ministros con la más acerba condenación. Los pastores infieles profetizaron cosas lisonjeras; indujeron
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a sus oyentes a menospreciar la ley de Dios y a perseguir a los que querían santificarla. Ahora, en su desesperación, estos maestros
confiesan ante el mundo su obra de engaño. Las multitudes se llenan de furor. “¡Estamos perdidos!—exclaman—y vosotros sois
la causa de nuestra perdición”. Y se vuelven contra los falsos pastores. Precisamente aquellos que más los admiraban en otros
tiempos pronunciarán contra ellos las más terribles maldiciones. Las manos mismas que los coronaron con laureles se levantarán para
aniquilarlos. Las espadas que debían servir para destruir al pueblo de Dios se emplean ahora para matar a sus enemigos.—
Seguridad
y Paz en el Conflicto de los Siglos, 712-714
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