Coronas preparadas para los fieles, 28 de octubre
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida.
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Timoteo 4:7, 8
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Cuando el Señor recoja sus joyas, los veraces, santos y honrados serán mirados con placer. Los ángeles se ocupan en confeccionar
coronas para los tales, y sobre esas coronas adornadas de estrellas, se reflejará con esplendor la luz que irradia del trono de
Dios.—
Joyas de los Testimonios 2:24
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Hablad de las cosas celestiales. Hablad de Jesús, de su piedad y su gloria y de su amor imperecedero por vosotros, y permitid que
de vuestro corazón mane amor y gratitud hacia él, que murió para salvaros. ¡Oh, estad listos para encontrar a vuestro Señor en paz!
Los que estén preparados recibirán pronto una corona inmarcesible de vida, y morarán eternamente en el reino de Dios, con Cristo,
con los ángeles, y con los que han sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo.—
The Youth’s Instructor, 12-1852
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Se coloca... una corona de gloria sobre los que esperan, aman y anhelan la aparición del Salvador. Los que esperan son los que
serán coronados de gloria, honor e inmortalidad. No necesitáis hablar... de los honores del mundo, o de las alabanzas de los que el
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mundo considera grandes. Todo ello es vanidad. Si el dedo de Dios simplemente los tocara, pronto volverían al polvo nuevamente.
Anhelo el honor permanente, inmortal, que nunca perecerá; una corona mucho más rica que cualquiera de las que jamás hayan
ornado las sienes de un monarca.—
The Review and Herald, 17 de agosto de 1869
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En aquel día los redimidos resplandecerán con la gloria del Padre y la de su Hijo. Los ángeles del cielo, mientras pulsan sus
arpas de oro, darán la bienvenida al Rey y a los que constituyen los trofeos de su victoria, los que han sido lavados y emblanquecidos
con la sangre del Cordero. Brotará un himno de triunfo que llenará todo el cielo. Cristo ha vencido. Entra en los atrios celestiales
acompañado por sus redimidos, que constituyen el testimonio de que su misión de sufrimiento y abnegación no ha sido en vano.—
The
Review and Herald, 24 de noviembre de 1904
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