Página 349 - Maranata

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Cristo regresa nuevamente a la Tierra, 24 de noviembre
También profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para
hacer juicio contra todos.
Judas 14, 15
.
Al fin de los mil años, Cristo regresa otra vez a la tierra. Lo acompaña la hueste de los redimidos, y lo sigue una comitiva de
ángeles. Al descender en majestad aterradora, manda a los muertos impíos que resuciten para recibir su condenación. Se levanta ese
gran ejército, innumerable como la arena del mar. ¡Qué contraste entre ellos y los que resucitaron en la primera resurrección! Los
justos estaban revestidos de juventud y belleza inmortales. Los impíos llevan las huellas de la enfermedad y de la muerte.
Todas las, miradas de esa inmensa multitud se vuelven para contemplar la gloria del Hijo de Dios. A su voz las huestes de los
impíos exclaman: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” No es amor a Jesús lo que les inspira esta exclamación, sino que
el poder de la verdad arranca esas palabras de sus labios. Los impíos salen de sus tumbas tales como a ellas bajaron, con la misma
enemistad hacia Cristo y el mismo espíritu de rebelión. No disponen de un nuevo tiempo de gracia para remediar los defectos de su
vida pasada, pues de nada les serviría. Toda una vida de pecado no ablandó sus corazones. De serles concedido un segundo tiempo
de gracia, lo emplearían como el primero, eludiendo las exigencias de Dios e incitándose a la rebelión contra él.
Cristo baja sobre el monte de los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa
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de su regreso. El profeta dice: “Vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos”. “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el
monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente: y el monte de los Olivos se partirá por en medio... haciendo un valle
muy grande”. “Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre”.
Zacarías 14:5, 4, 9
. La Nueva
Jerusalén, que desciende del cielo en su deslumbrante esplendor, se asienta en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo,
su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad.—
Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 720, 721
.
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