Se disponen a atacar la nueva Jerusalén, 26 de noviembre
Satanás... saldrá a engañar a las naciones... a fin de reunir [las] para la batalla.
Apocalipsis 20:7, 8
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Entre aquella inmensa muchedumbre se cuentan numerosos representantes de la raza longeva que existía antes del diluvio.
Hombres de estatura elevada y de capacidad intelectual gigantesca, que habiendo cedido al dominio de los ángeles caídos, consagraron
toda su habilidad y todos sus conocimientos a la exaltación de sí mismos. Hombres cuyas obras artísticas maravillosas hicieron que
el mundo idolatrase su genio, pero cuya crueldad y malos ardides mancillaron la tierra y borraron la imagen de Dios, de suerte que el
Creador los hubo de raer de la superficie de la tierra. Allí hay reyes y generales que conquistaron naciones, hombres valientes que
nunca perdieron una batalla, guerreros soberbios y ambiciosos cuya venida hacía temblar reinos... Al salir de la tumba, reasumen el
curso de sus pensamientos en el punto mismo en que lo dejaran. Se levantan animados por el mismo deseo de conquista que los
dominaba cuando cayeron.
Satanás consulta con sus ángeles, y luego con esos reyes, conquistadores y hombres poderosos. Consideran la fuerza y el número
de los suyos, y declaran que el ejército que está dentro de la ciudad es pequeño, comparado con el de ellos, y que se los puede vencer.
Preparan sus planes para apoderarse de las riquezas y la gloria de la Nueva Jerusalén... Hábiles artífices fabrican armas de guerra.
Renombrados caudillos organizan en compañías y divisiones las muchedumbres de guerreros.
Al fin se da la orden de marcha, y las huestes innumerables se ponen en movimiento; un ejército cual no fue jamás reunido por
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conquistadores terrenales ni podría ser igualado por las fuerzas combinadas de todas las edades desde que empezaron las guerras en
la tierra. Satanás, el más poderoso guerrero, marcha al frente, y sus ángeles unen sus fuerzas para esta batalla final. Hay reyes y
guerreros en su comitiva, y las multitudes siguen en grandes compañías, cada cual bajo su correspondiente jefe. Con precisión militar
las columnas cerradas avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la tierra hacia la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se
cierran las puertas de la nueva Jerusalén, y los ejércitos de Satanás circundan la ciudad y se preparan para el asalto.—
Seguridad y
Paz en el Conflicto de los Siglos, 721, 722
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