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Notas biográficas de Elena G. de White
destrucción, y que la ira de Dios no podía manifestarse mientras
Jesús no hubiese concluido su obra en el lugar santísimo y se hu-
biese quitado sus vestiduras sacerdotales, para revestirse de ropaje
de venganza. Entonces Jesús abandonará el lugar que ocupa entre
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el Padre y los hombres, y Dios ya no callará, sino que derramará
su ira sobre los que rechazaron su verdad. Vi que la cólera de las
naciones, la ira de Dios, y el tiempo de juzgar a los muertos, eran
cosas separadas y distintas que se seguían unas a otras. También vi
que Miguel no se había levantado aún, y que el tiempo de angustia
cual no lo hubo nunca no había comenzado todavía. Las naciones se
están airando ahora, pero cuando nuestro Sumo Sacerdote termine
su obra en el santuario, se levantará, se pondrá las vestiduras de
venganza y entonces se derramarán las siete postreras plagas.
Vi que los cuatro ángeles iban a retener los vientos hasta que
estuviese hecha la obra de Jesús en el santuario, y que entonces
caerían las siete postreras plagas. Estas plagas enfurecieron a los
malvados contra los justos; ellos pensaron que habíamos atraído
sobre ellos los juicios de Dios, y que si podían raernos de la tierra, las
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plagas se detendrían. Se promulgó un decreto para matar a los santos,
lo cual hizo que éstos clamaran día y noche por su libramiento. Este
fue el tiempo de la angustia de Jacob. Entonces todos los santos
clamaron con angustia de ánimo, y fueron libertados por la voz
de Dios. Los ciento cuarenta y cuatro mil triunfaron. Sus rostros
quedaron iluminados por la gloria de Dios.
Entonces se me mostró una hueste que aullaba de agonía. Sobre
sus vestiduras estaba escrito en grandes caracteres: “Pesado has
sido en balanza, y fuiste hallado falto”. Pregunté quiénes formaban
esta hueste. El ángel dijo: “Estos son los que una vez guardaron el
sábado, y lo abandonaron”. Los oí clamar en alta voz: “Creímos en
tu venida, y la proclamamos con energía”. Y mientras hablaban, sus
miradas caían sobre sus vestiduras y veían lo escrito, y entonces
prorrumpían en llanto. Vi que habían bebido de las aguas profundas,
y hollado el residuo con los pies—habían pisoteado el sábado—y
que por esto habían sido pesados en balanza y hallados faltos.
Entonces el ángel que me acompañaba me indicó de nuevo la
ciudad, donde vi a cuatro ángeles que volaban hacia la puerta. Esta-
ban justamente presentando al ángel de la puerta la tarjeta de oro.
En ese momento vi a otro ángel que, volando raudamente, venía