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Una visión del sellamiento
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de la dirección de la más excelsa gloria, y gritaba en alta voz a los
demás ángeles mientras algo tremolaba en su mano. Le pregunté a
mi guía qué significaba aquello, y me respondió que por entonces yo
no podía ver más, pero que muy pronto me explicaría el significado
de todas aquellas cosas que veía.
El sábado por la tarde enfermó uno de nuestros miembros, y
pidió que oráramos por su salud. Todos nos unimos en súplica al
Médico que no yerra en caso alguno, y mientras el poder curativo
bajaba a sanar a
enfermo, el Espíritu descendió sobre mí y fui
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arrebatada en visión.
Vi a cuatro ángeles que habían de hacer una labor en la tierra
y andaban en vías de realizarla. Jesús estaba revestido de sus ves-
tiduras sacerdotales. Miró compasivamente al pueblo remanente,
y alzando las manos exclamó con voz de profunda piedad: “¡Mi
sangre, Padre; mi sangre, mi sangre, mi sangre!” Entonces vi que
Dios, sentado en el gran trono blanco, emitía una luz en extremo
refulgente que derramaba sus rayos sobre Jesús. Después vi a un
ángel comisionado por Jesús para ir rápidamente a los cuatro ángeles
que tenían determinada labor que cumplir en la tierra, y agitando
algo en su mano, clamó en alta voz: “¡Deteneos! ¡Deteneos! hasta
que los siervos de Dios estén sellados en la frente”.
Le pregunté a mi ángel acompañante el significado de lo que oía,
y qué iban a hacer los cuatro ángeles. Me respondió que Dios era
quien refrenaba todas las potestades, y que ponía sus ángeles a cargo
de lo que ocurría en la tierra; que los cuatro ángeles tenían poder
de Dios para retener los cuatro vientos, y que estaban ya a punto de
soltarlos; pero que mientras estaban aflojando las manos, y cuando
los cuatro vientos estaban por soplar, los misericordiosos ojos de
Jesús vieron al pueblo remanente todavía sin sellar, y alzando las
manos hacia su Padre intercedió ante él, recordándole que había
derramado su sangre por ellos. En consecuencia se le mandó a
otro ángel que fuera velozmente a decir a los cuatro ángeles que
retuvieran los vientos hasta que los siervos de Dios fuesen sellados
en la frente con el sello del Dios vivo.
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