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Providencias alentadoras
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mouth, Massachusetts. Poco después, mi esposo fue a la oficina de
correos y trajo una carta del Hno. Felipe Collins, quien nos instaba
a ir a Darmouth, porque su hijo estaba muy enfermo. Fuimos inme-
diatamente y encontramos que el muchacho, de trece años de edad,
había estado nueve semanas con tos convulsa y se había quedado
como esqueleto. Los padres lo creían atacado de tuberculosis y se
desconsolaban muchísimo al pensar que podían perder a su único
hijo.
Nos unimos en oración por el muchacho, rogando fervorosa-
mente al Señor que le conservase la vida. Creíamos que sanaría,
aunque todas las apariencias eran que no podría mejorar. Mi marido
lo levantó en brazos, y lo paseó por el aposento exclamando: “¡No
morirás, sino que vivirás!” Creíamos que Dios sería glorificado por
su curación.
Salimos de Darmouth, de donde estuvimos ausentes ocho días.
Al volver, vino a recibirnos el pequeño Gilberto, que había ganado
cerca de dos kilos de peso. Encontramos a los padres muy regocija-
dos en Dios por aquella manifestación del favor divino.
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Curación de la Hna. Temple
Cuando recibimos la invitación de visitar a la Hna. Hastings,
de Nueva Ipswich, Nueva Hampshire, quien estaba afligidísima,
hicimos de este asunto un motivo de oración, y tuvimos la prueba
de que el Señor iría con nosotros. En el viaje nos detuvimos en
Dorchester, con la familia del Hno. Otis Nichol, quien nos informó
de la aflicción de la Hna. Temple, de Boston. Ella tenía en el brazo
una llaga que le causaba viva ansiedad, pues se había extendido por
el repliegue del codo, ocasionándole mucha angustia, sin que de
nada valieran los remedios humanos a que había acudido. El último
esfuerzo había hecho pasar la enfermedad a los pulmones, y la
asaltaba el temor de que a menos que obtuviese remedio inmediato,
la enfermedad degenerase en tuberculosis.
La Hna. Temple había solicitado que nos dijeran que fuéramos a
orar por ella. Fuimos temblorosos, pues en vano habíamos impetrado
la seguridad de que Dios obraría en su beneficio. Entramos en el
aposento de la enferma confiando tan sólo en las visibles promesas
de Dios. La Hna. Temple tenía el brazo en tal estado que no pudimos