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Notas biográficas de Elena G. de White
Según las apariencias, mi hermano podía vivir solamente unos
pocos días; sin embargo, en contra de la expectación de todos, vivió
seis meses, pero sufriendo mucho. Mi hermana lo cuidó fielmente
hasta el fin. Tuvimos el privilegio de visitarlo antes de su muerte. Fue
una reunión emocionante. El había cambiado mucho, y sin embargo
sus gastadas facciones se hallaban iluminadas de gozo. La brillante
esperanza del futuro lo sostenía constantemente. Tuvimos oracio-
nes en su habitación, y Jesús parecía estar muy cerca. Nos vimos
obligados a separarnos de nuestro querido hermano, no esperando
que nos encontraríamos más con él de este lado de la resurrección
de los justos. Pronto mi hermano descansó en Jesús, con la plena
esperanza de tener una parte en la primera resurrección.
Avanzando
Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre per-
plejidades y desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la
epidemia se oía toda la noche, por las calles, el rodar de las carrozas
fúnebres que conducían los cadáveres al cementerio de Mount Hope.
La epidemia no diezmaba únicamente a los pobres, sino que hizo
víctimas de todas las clases. Los más hábiles médicos murieron y
fueron llevados a Mount Hope. Al pasar nosotros por las calles de
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Rochester, encontrábamos casi en cada esquina furgones con ataúdes
de pino basto, que trasportaban los cadáveres.
Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran
Médico. Lo tomé en mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la
enfermedad. En seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana
a orar al Señor para que lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres
años, la miró asombrado, diciendo: “No hay necesidad de que oréis
por mí, porque el Señor me ha sanado”. Estaba muy débil, pero la
enfermedad no siguió adelante. Sin embargo, no cobraba fuerzas.
Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe. En tres días Edson no
probó alimento.
Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde
Rochester, Nueva York, hasta Bangor, Maine; y este viaje lo haría-
mos en nuestro carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie,
que nos fueron dados por los hermanos de Vermont. Casi no nos
atrevíamos a dejar al niño en un estado tan crítico, pero decidimos