Avanzando bajo dificultades
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corazón”. Esto no me alarmó porque estaba consciente de que a
menos que viniera un alivio rápido estaba destinada a la tumba.
Otras dos mujeres que habían venido para recibir consejo padecían
de la misma enfermedad. El médico afirmó que yo estaba en una
condición más peligrosa que cualquiera de ellas, y que no pasarían
más de tres semanas antes que me viera afligida de parálisis.
Después de unas tres semanas desfallecí y caí al suelo, y per-
manecí casi inconsciente durante 36 horas. Se temió que muriera,
pero en respuesta a la oración, reviví. Una semana más tarde recibí
un shock en mi costado derecho. Tuve una sensación extraña de
frialdad e insensibilidad en la cabeza, y fuerte dolor en las sienes. Mi
lengua parecía pesada y entumecida; no podía hablar con claridad.
Mi brazo izquierdo y mi costado estaban paralizados.
Los hermanos y hermanas se reunieron para hacer de mi caso
un motivo especial de oración. Recibí la bendición de Dios, y tuve
la seguridad de que él me amaba; pero el dolor continuó, y seguí
debilitándome hora tras hora. De nuevo los hermanos y hermanas se
reunieron para presentar mi caso al Señor. Yo estaba tan débil que no
podía orar en voz alta. Mi aspecto parecía debilitar la fe de los que
me rodeaban. Entonces las promesas de Dios me fueron presentadas
como nunca las había visto hasta entonces. Me parecía que Satanás
se estaba esforzando por arrancarme del lado de mi esposo y de
mis hijos para enviarme a la tumba, y estas preguntas surgían en
mi mente: ¿Puedes tú creer en la directa promesa de Dios? ¿Puedes
caminar por fe, cualesquiera sean las apariencias? La fe revivió.
Yo le susurré a mi esposo: “Creo que me recuperaré”. El contestó:
“Ojalá yo pudiera creerlo”. Me dormí esa noche sin alivio y, sin
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embargo, descansando con firme confianza en la promesa de Dios.
No podía dormir, pero continué mi oración silenciosa. Precisamente
antes de que rompiera el alba me quedé dormida.
Me desperté a la salida del sol, perfectamente liberada del dolor.
¡Oh, qué cambio! Me parecía que un ángel de Dios me había toca-
do mientras dormía. La presión que sentía sobre el corazón había
desaparecido, y me sentía muy feliz. Estaba llena de gratitud. La
alabanza a Dios estaba en mis labios. Desperté a mi esposo y le rela-
té la obra maravillosa que el Señor había hecho por mí. Al principio
él apenas pudo comprenderlo; pero cuando me levanté y me vestí y
caminé por la casa, él pudo alabar a Dios conmigo. Mi ojo enfermo