Conflictos y victorias
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hermanos de Battle Creek, y de hablarles y regocijarse con ellos en
la obra que Dios estaba haciendo por él.
Unos pocos días más tarde nos encontramos de nuevo en Battle
Creek, después de una ausencia de unos trece meses. El sábado 16
de marzo mi esposo habló con claridad y poder, y yo también di mi
testimonio con la habitual libertad.
Llegué de vuelta a Battle Creek como un niño cansado, que
necesitaba palabras de consuelo y ánimo. Pero a nuestro regreso nos
encontramos con informes que no tenían ningún fundamento en la
verdad. Fuimos humillados hasta el polvo, y angustiados más allá
de toda expresión.
Así las cosas, comenzamos a cumplir una cita que teníamos
en Monterey. En el viaje traté de explicarme a mí misma por qué
nuestros hermanos no entendían lo referente a nuestro trabajo. Me
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había sentido completamente segura de que cuando nos encontrá-
ramos con ellos, ellos sabrían de qué espíritu estábamos animados,
y que el Espíritu de Dios en ellos crearía la misma convicción que
en nosotros, humildes siervos del Altísimo, y que habría unión de
sentimientos. En lugar de esto, se desconfiaba de nosotros, y se nos
vigilaba con suspicacia. Esto fue causa de la mayor perplejidad que
jamás haya yo experimentado.
Confiando en Dios
Mientras así pensaba, una porción de la visión que me fuera dada
en Rochester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, vino como
un relámpago a mi mente, e inmediatamente la relaté a mi esposo.
Se me mostró un conjunto de árboles, cercanos los unos a los
otros, que formaban un círculo. Por encima de estos árboles había
una vid que los cubría por arriba y descansaba sobre ellos, formando
una glorieta. Pronto vi que los árboles se sacudían de un lado a otro,
como si fueran movidos por un fuerte viento. Una rama de la viña
tras otra era sacudida de su soporte, hasta que la vid quedó librada de
los árboles, salvo unas pequeñas ramitas que quedaron adheridas a
las ramas inferiores. Luego vino una persona que cortó los zarcillos
adheridos de la vid y la dejó postrada en tierra.
Muchos pasaron por ese lugar y observaron con lástima la escena,
y yo esperé ansiosamente que una mano amiga la levantara; pero no