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Notas biográficas de Elena G. de White
se ofreció ninguna ayuda. Pregunté por qué ninguna mano levantaba
la vid. En seguida vi a un ángel llegar hasta la vid aparentemente
abandonada. El abrió sus brazos y los colocó debajo de la vid, y
la levantó, de manera que quedara erguida, y dijo: “Yérguete hacia
el cielo, y que tus ramas se entrelacen en torno a Dios. Has sido
sacudida de todo soporte humano. Tú puedes mantenerte firme con
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la fuerza de Dios y florecer con él. Depende sólo de Dios, y nunca
dependerás en vano, ni serás sacudida de allí”.
Al mirar la vid abandonada que era atendida por el ángel, sentí
un alivio inexpresable que me reportaba gozo. Me volví al ángel y
le pregunté qué significaban estas cosas. El dijo: “Tú eres la vid. Tú
experimentarás todas estas cosas, y entonces, cuando esto ocurra,
entenderás plenamente la figura de la vid. Dios será para ti un auxilio
presente en tiempo de dificultad”.
Desde este tiempo en adelante resolví cumplir con mi deber,
y siempre me sentí libre para presentar mi testimonio al pueblo.
Después de volver de Monterey a Battle Creek, creí que era mi deber
avanzar con el poder de Dios, y liberarme de las sospechas y los in-
formes que circulaban en perjuicio nuestro. Presenté mi testimonio,
y relaté las cosas que se me habían mostrado relativas a la historia
pasada de algunos de los presentes, amonestándolos acerca de sus
peligros y reprobando sus conducta errónea. Declaré que yo había
sido puesta en las posiciones más desagradables. Cuando familias e
individuos me eran presentados en visión, frecuentemente lo que se
me mostraba tenía relación con la vida privada de ellos, y reprobaba
sus pecados secretos. He trabajado con algunas personas durante
meses con respecto a errores de los cuales los otros nada sabían.
Cuando mis hermanos vieron a estas personas tristes; cuando las
oyeron expresar dudas con respecto a su aceptación por parte de
Dios, y también exteriorizaron sentimientos de desánimo, me censu-
raron, como si yo fuera culpable de que estas personas estuvieran
pasando por una prueba.
Los que me censuraban de esta manera ignoraban completa-
mente de qué estaban hablando. Protesté contra las personas que se
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sentaban como inquisidores para juzgar mi conducta. El reprobar
pecados privados ha sido la tarea desagradable que se me ha asigna-
do. Si, con el fin de evitar la sospecha y los celos, diera yo una total
explicación de mi conducta, e hiciera público aquello que debe man-